Quizás podamos estar de acuerdo en que nuestras democracias en América Latina han nacido y muerto muchísimas veces. Se las escribe con letras de molde en las constituciones, a veces se las nombra por decreto, pero cuando se las aterriza en la práctica, en los hechos cotidianos, terminan en átomos volando. Violencias, conflictos armados, guerras, dictaduras, violaciones, en ocasiones inimaginables y de todo tipo, vejámenes y rupturas en su nombre, en suma, los abrazos del Gran Hermano forman parte del paisaje cultural, económico y político de esta América del Sur, tan nuestra.
Aunque prefiramos vivir en un régimen democrático, la desconfianza nos asalta en cualquier esquina, producto de que sentimos y sufrimos los pecados de algunos partidos políticos que, por las actuaciones de muchos de sus militantes, tocan el piso del fondo; y al bastón de mando, el Estado, cada vez más lo miramos con el recelo de ojo rayado.
Nuestras democracias están construidas sobre el soporte de un Estado Social de Derecho frágil, que no es tan vital y vigoroso como se quisiera, no obstante, los múltiples intentos por imponer golpes de Estado que, por fortuna, han terminado por sucumbir y dejar asomar la idea de un orden jurídico que de alguna manera preserva una cierta forma de convivencia más armoniosa.
Lo he dicho muchas veces: nuestra democracia, en realidad ninguna democracia, está terminada. No me parece sensato decir que ya tenemos una democracia, y listo. No es así. Sigo pensando que hay que hablar de ella en gerundio, en ese presente continuo que nos permite irla construyendo, a pesar, reitero, de todos los avatares y de los caminos sinuosos que se nos presentan de forma permanente. Éstos, por supuesto, forman parte de esa construcción que debe ser fundamentalmente razonable.
Y esta razonabilidad conlleva pensar que la democracia no solo es política, en el sentido de que hay personas que aspiran de manera legítima, legal y pacífica (al menos en teoría) a conquistar el poder y convertirse en los representantes de los demás ciudadanos. Es necesario, también, pensar la democracia (y quizás esto sea lo más importante) desde los derechos civiles y sociales. Así, posibilitaríamos la formación de una ciudadanía más integral.
Por supuesto, reconozco que no estoy diciendo nada nuevo; pero siento la necesidad de repetirlo una y otra vez (debe ser porque pesa en mí este sentimiento de ser honrosamente profesor, antes que rector). Por eso, volvámoslo a decir: en la Declaración Universal de los Derechos Humanos (1948), aparece lo que acabo de mencionar: con su manto de sabiduría establece que la ciudadanía está cubierta por los derechos civiles, políticos y sociales. Y la misma Asamblea General en la Declaración del Milenio asevera que "no escatimaremos esfuerzo alguno por promover la democracia y fortalecer el imperio del derecho y el respeto de todos los derechos humanos y libertades fundamentales internacionalmente reconocidos, incluido el derecho al desarrollo".
Pienso en esta democracia nuestra, siempre inconclusa, a propósito de las elecciones del próximo domingo para elegir Presidente y Vicepresidente, y me parece que los ciudadanos no nos hemos hecho la pregunta de cuáles son los gobernantes que nosotros queremos; y esto, porque tampoco nos hemos preguntado, nosotros, los ciudadanos de ‘a pie’, cuál es el país que queremos construir, en el que vivirán nuestros hijos y los hijos de éstos. Claro, seguramente algunos sí se habrán hecho estas preguntas, pero colectivamente hablando no lo creo. Sigo guardando la aspiración de que los profesores de educación básica, de secundaria y de estudios superiores, estemos conversando con nuestros estudiantes sobre política y su necesario ejercicio permanente.
Creo que las próximas elecciones, pueden ser, si somos juiciosos a la hora de ir a las urnas, una oportunidad histórica para garantizar los derechos de las personas, hablo de una democracia sustentada en el invaluable soporte de la ciudadanía, parada sobre un Estado Social de Derecho vigente moderno y modernizado en sus instituciones y sus prácticas cotidianas.
El próximo domingo los ciudadanos de este país tenemos clase de democracia, y no me refiero solo porque participemos en las votaciones; sino porque es un pretexto para que hablemos juntos de política, de partidos, y de nosotros mismos que, me parece, es lo más importante. ¿Qué país queremos?, vuelvo a preguntar.
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