¿Qué está pasando con la industria cafetera? Pregunta muy general cuando se estudia la situación del país, especialmente en estos momentos de incertidumbre nacional. La industria cafetera es algo puntual que no solo tiene importancia para quienes están al frente de sus actividades productivas. Esta industria tiene una larga vida asentada en Colombia y de vital importancia desde su llegada, proveniente de Venezuela. Rápidamente se extendió irrigando sus virtudes a los departamentos de Santander, Cundinamarca, Antioquia, para luego hacer su ingreso a las tierras del Viejo Caldas, la gran mayoría laderas y muchas de ellas verdaderos abismos.
Allí encontró pequeños propietarios y suelos propicios, abonados por las emanaciones del volcán del Ruiz y poblados por diminutos propietarios, todos pertenecientes a la aventura de la colonización Antioqueña. En estos lares el café se convirtió en el promotor por excelencia de trabajo y riqueza, a todo lo cual se le sumaron propietarios agrícolas de mayor envergadura, que le dieron entidad política y social, aumentando su producción y matriculándolo como el bien de exportación por excelencia. Tanto, que por décadas fue el único productor de divisas y por ende, el financiador del equipo industrial colombiano.
La industria cafetera ha sido siempre ilustre. Como tal, fue bautizada y confirmada en los años veinte, en una distinguida reunión de productores, celebrada en Medellín, con la fundación de la Federación Nacional de Cafeteros, presidida por el más distinguido de los distinguidos, el Dr. Mariano Ospina Pérez, su primer Presidente.
Desde entonces la presidencia de la Federación de Cafeteros, fue regida por personajes de excepción, extraídos de la máxima representación de la economía nacional. Una desgraciada división, la primera que este columnista recuerda, abrió la puerta para que extraños, se sentaran en ese exigente solio y desde allí la Federación viene dando traspiés.
Entre los muchos, la de cancelar una de la más exitosa publicidad internacional, que llevó a la mente de los más importantes mercados, industriales tostadores y de estanterías de consumo popular, que el café colombiano era el mejor del mundo. Hoy es prácticamente ignorado en ambas partes.
La división que impera en la Federación, no le ha permitido a sus directores hacerle frente a los altos costos de producción del café, que hoy lo tienen acorralado, pidiendo a gritos y marchas, limosna expresada en subsidios oficiales.
El café, milenario histórico y centenario en Colombia, no ha merecido, por estas mismas razones, la tecnología agrícola que se esparce en el mundo entero, produciendo semillas especializadas que multipliquen producciones por hectárea y al mismo tiempo defensas contra las plagas. La ausencia de estas novedades e investigaciones, incluyendo las de tipo genético, es la culpable de su rezago y altos costos en su producción.
Loada la decisión de sustituir el antediluviano parque cafetero, por nuevos cafetos. Primer paso hacia la competitividad.
El café colombiano es producido en las laderas andinas del país. Desde su llegada se ha distinguido por su sabor y calidad, condiciones que tienen que preservarse para sobrevivir.
Envidiar los costos brasileños es un error. Ese es otro café. Un amigo brasileño, representante del café de su país, me decía un día en Nueva York algo que me pareció sensato. Que los colombianos no deberían perder tiempo en imitarlos, porque el café del Brasil es un producto para los supermercados y el de Colombia es para el mercado de los delicatessen. Son otras calidades y otros precios.
Pequeños y medianos cafeteros, algunos impulsados por empresas extranjeras, han dado lugar al llamado café especial, cultivado en pequeñas parcelas, cual jardín, bajo el cuidado de día y de noche por sus dueños. Su excelsa calidad se paga en el mercado externo y por tostadores, a precios muy superiores a los clásicos de las cotizaciones de la bolsa. ¿Qué tanto ha subido este proceso a la cumbre técnica y política de la Federación? Lo ignora esta columna.
Regresar a los fundamentales de la publicidad con estos criterios en la mano, es el primer paso del nuevo gerente de la Federación, cuyo nombramiento no se debe debilitar como parece, por intereses personales. En estos momentos sería un sacrilegio irreparable. El café no puede mancillarse otra vez. Debe permanecer erguido en el trono como la industria más importante de Colombia. Su nuevo gerente seleccionado entre tres ilustres candidatos actuales, debe ser rodeado y respaldado por el gremio unido con la majestad que su producto merece.
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