Este es el sino de Colombia en nuestro días. Es la demanda del gobierno ante la encrucijada en que se encuentra por culpa de la baja repentina de los precios del petróleo. El total de esos ingresos llegó a representar el sesenta por ciento de las exportaciones nacionales. Un monto fundamental de los componentes del presupuesto colombiano.
El país vivió varios años prácticamente de las exportaciones del petróleo, como también muellemente los crecientes gastos burocráticos, que se expandían como espuma, cobijando al progresivo número de amigos y faraónicos viajes alrededor del sofisticado mundo.
Colombia se contagió de la enfermedad holandesa. Aquella que infecta a los países que viven de un solo producto. Analistas criollos y extranjeros advirtieron permanentemente a los gobiernos que la saboreaban los perniciosos peligros que asumían. Pero todo fue en vano. El torrente de gastos oficiales era embriagante y cuando aún así se presentaba alguna ineficiencia, se acudía a una reforma tributaria, pasatiempo plácido de los ministros de Hacienda, no importa que se llevara de tajo a la industria nacional.
Hoy navegando sobre una de las crisis más dura de los recientes años, se acude a los industriales sobrevivientes y a los demás intérpretes de la producción, para que exporten y exporten y así cubrir el inmenso déficit que produjo la caída de los precios del petróleo.
Como si eso fuera fácil, y de un día para otro, según piensan desde el gobierno. Vender es de por sí una actividad procelosa, inclusive dentro de los linderos comarcanos y con mercancías del montón. En el exterior es otra cosa, incluyendo a los vecinos que poco o nada nos quieren, como ya se comprobó.
Llegar a un país extraño, a pedirle a un potencial cliente que recorte parte de lo que ha estado importando desde años, proveniente de un productor con el cual ya ha creado una cercana amistad, para entregársela a alguien que ve por vez primera y que proviene de un país que se conoce internacionalmente solo por la droga, es de por sí una hazaña.
Pero lo más decepcionante para un audaz colombiano envía de exportador es encontrar que lo que quiere vender, está muy lejos de la calidad internacional que circula por esos campos.
Ante esta realidad, regresa a casa e inicia lo que podríamos llamar la calle de la amargura, que significa el proceso de alcanzar la calidad exportable. Primero convencer a los humanos que trabajan en su centro de operaciones, y persuadirlos que hay que cambiar todo, porque lo que se está produciendo no se vende, también es otra hazaña. Y a renglón seguido, hacerle frente a una serie de envíos y rechazos, casi infinitos, para lograr algún día la feliz aceptación de la calidad.
Pero ahí no para todo. Sigue la negociación del precio de venta que para los primeros despachos, no serán más allá del tercio que este potencial comprador está pagando a su proveedor, de más de veinte años de cumplimiento y amistad.
Si bien exportar productos a tono con la modernidad es duro, la tragedia con la agricultura es inmensa. Exceptuando el café ya centenario, del banano de edad cercana y de las flores de reciente existencia pero en manos de empresarios admirables, lo demás, relacionado con el agro, hoy es un imposible, porque la calidad y condición de la variada producción agrícola colombiana, continúa como era la de Adán y Eva. Su arcaica producción competitiva está a años luz.
La verdad es que vender y exportar toma su tiempo y el hueco a tapar es muy grande. Esto significa más apretones al cinturón de los ciudadanos.
Sin embargo, hay que abonarle al ministro de Hacienda sus esfuerzos para poner a raya los impresionantes gastos de la burocracia nacional. En un reportaje a Portafolio dice que ya ha superado la petróleo dependencia fiscal. También que la transición de la economía a un menor crecimiento, ya fue asimilado por el sector productivo, y que en 2016 será mejor para los ciudadanos. También, y esto es lo más importante, que está recortando drásticamente gastos en 150 unidades del Gobierno Central. A tal punto se asimila el golpe del petróleo porque ya no representará más del 7% en los ingresos del gobierno.
Es decir, estamos en nuestra plata.
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