La reciente decisión de JP Morgan de rebalancear sus índices de referencia para deuda soberana de mercados emergente dándole más peso a los TES colombianos ha prendido de nuevo las alarmas en el país debido al impacto que esto pueda tener en la tasa de cambio. La participación de títulos de deuda colombianos aumenta de 3,24% al 8,05% para el índice GBI-EM Diversified y de 1,81% a 5,60% para el índice GBI-EM Global pudiendo representar un flujo de capitales adicional de US$9.400 millones de aquí a septiembre. El anuncio de JP Morgan, que debería ser razón de optimismo, ya que representa un espaldarazo al manejo de las finanzas públicas y confianza en el atractivo del país para la inversión, es recibido con resquemor. ¿Debe ser así? ¿Qué hacer?
La primera reflexión que hay que plantearse es la evolución esperada de la tasa de cambio a corto, mediano y largo plazo y cómo va a verse afectada por la decisión de JP Morgan. Desde inicios de 2012 la tasa de cambio se ha apreciado 9,5% frente al dólar. Si vamos más atrás, la apreciación ha sido aún mayor. Algunos exportadores añoran las épocas en las que teníamos una tasa de cambio bien por encima de los 2.000 pesos/dólar. Varios factores han contribuido a la apreciación del peso. En primer lugar, y aunque suene un poco tautológico, la debilidad del dólar y la política de expansión monetaria de la Reserva Federal estadounidense. En segundo lugar, el boom en los precios de commodities, y en particular minero-energéticos, exportados por Colombia. En tercer lugar, mencionaría el aumento generalizado de inversión extranjera directa que ha favorecido a Colombia más que proporcionalmente que al resto de Latinoamérica y el resto de países desarrollados. Finalmente, la reducción del déficit fiscal, el positivo crecimiento de la economía, y en general la reducción del riesgo-país y una renovada percepción de estabilidad macro y buenas expectativas han naturalmente fortalecido al peso.
En este contexto, el anuncio de JP Morgan puede interpretarse como la validación de unas realidades que ya estaban incorporadas en precios de activos colombianos, incluida la moneda. En el corto plazo puede haber una entrada de capitales en la medida en la que fondos de inversión que le hacen seguimiento a los índices de JP Morgan aumentan su exposición a títulos colombianos. Es difícil saber cuántos recursos entrarán. Algunos fondos ya habrán rebalanceado antes del anuncio. Otros pueden replicar la exposición al riesgo Colombia con otros instrumentos. Pero algo entrará. En el corto plazo puede haber presión de apreciación del tipo de cambio.
En el mediano plazo, el principal factor que podría mover la tasa de cambio es un cambio significativo en el precio de los minero-energéticos que han aumentado su participación en nuestra balanza comercial. Desarrollos del petróleo de esquistos bituminosos (shaleoil) en Estados Unidos que ya se refleja en un aumento de considerable en la producción norteamericana y reducciones en sus importaciones, junto con desarrollos de nuevas tecnologías y fuentes de energía, podrían empujar a la baja el precio del crudo resultando en una depreciación del peso dentro de los próximos 10 años. Otro factor que contribuye a esta tendencia de mediano plazo va a ser la recuperación de las economías de los países desarrollados después de la gran recesión de 2007-2008.
A largo plazo, sin embargo, la consolidación de la economía colombiana como una economía de ingresos medio-altos, la entrada a la OCDE con las consecuentes mejoras en prácticas de política económica y la credibilidad y estabilidad que van a representar, y una posible conclusión favorable de los diálogos de paz con la guerrilla, van a ser factores empujando a la apreciación del peso. Si la percepción de Colombia como un caso de éxito económico, reconocido por la comunidad internacional se sostiene, podemos esperar una apreciación a largo plazo del peso.
¿Qué se debe hacer y qué se puede hacer? Muy poco. Esa es en parte la virtud de estar bajo un régimen de cambios flexible. Hay límites a los que se puede lograr con intervenciones del tesoro y del Banco de la República en el mercado de divisas. En el corto plazo, las intervenciones pueden contribuir a reducir la volatilidad de la tasa de cambio (aunque los actores económicos deberían cubrir su riesgo cambiario usando instrumentos financieros. Hay que profundizar esos mercados). En el mediano plazo, no hay demasiado que se pueda hacer y en el largo plazo aún menos.
El mensaje para el sector productivo, al menos a largo plazo, es que tener un país más atractivo para la inversión, con una economía más saludable, viene acompañado de una moneda más fuerte. La competitividad no puede depender de tener una moneda depreciada. Debe depender de aumentos de productividad. Recordemos una definición útil de la tasa de cambio real: los precios relativos de bienes transables con relación a bienes no-transables. En la medida en la que aumente la productividad de los sectores transables tendremos una tasa de cambio real más favorable.
No esperemos a que ese largo plazo llegue. Metámosle la ficha a la tarea de aumentar la productividad, aprovechar acuerdos comerciales aumentando la participación de exportaciones en sectores diferentes al minero-energético y reduciendo la dependencia de la competitividad a cambios en el tipo de cambio. Las tareas pendientes más importantes están en el sector real.
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