El próximo lunes amaneceremos en un nuevo país. Un país más pobre, más inviable y más deprimido. La reforma tributaria que acaba de imponer el gobierno Santos en el Congreso, donde quedó en evidencia la forma como domina sin vergüenza ante unos congresistas pusilánimes, enmermelados, lacayos y arrodillados, traerá unas consecuencias económicas catastróficas para todos lo colombianos que hoy parecemos anestesiados ante la debacle.
Sí. Estamos resignados a que el poder adquisitivo se deprima y a que los escasos ingresos de millones de colombianos que devengan un salario honesto alcance cada vez para menos cosas; desde ya la inversión busca nuevos escenarios, los capitales tratan de encontrar economías más estables y quienes miraban a Colombia como ese país donde podían desarrollar actividades productivas hoy se replantean esa posibilidad. Y mientras se les da paso a la formalidad a miles de delincuentes que entrarán a ser objeto de subsidios y prebendas -que saldrán del bolsillo de los contribuyentes-, las nuevas medidas empobrecerán a millones de colombianos honestos que tienen que resignarse a pagar nuevos tributos y a sacrificar gran parte de su sustento para beneficio de quienes no lo merecen. ¡Qué tristeza!
Porque esta nueva reforma trae unas iniquidades y despropósitos que solo se le ocurren a un gobierno autocrático, absurdo y descarado. El incremento en el IVA es una medida regresiva, lesiva y atropellante; el desincentivo a la inversión con el gravamen a los dividendos, se constituye en una doble tributación y en una medida injusta e inequitativa; la inclusión de muchos artículos de la canasta familiar dentro de los nuevos productos gravados con el IVA representa un incremento del 19% en los gastos de consumo básico, mientras el salario no subirá más allá de un 8%. ¿No es esta la puerta de entrada a la pobreza, a la desigualdad social y a la pérdida de calidad de vida?
Pero hay más: ¿cómo es posible que el delito se tase, a partir de enero, de acuerdo con la cantidad de lo robado y no con el hecho cometido? Porque esta nueva reforma contempla que es punible la evasión fiscal cuando sobrepase determinado monto, cohonestando entonces el peculado para pequeños desfalcos y legalizando la impunidad para medianos robos. Es casi como si dijéramos que el homicidio es punible de determinada cantidad de muertos en adelante, y termináramos protegiendo a los asesinos en pequeña escala.
Estos y otros muchos absurdos y despropósitos quedaron plasmados en una reforma que, podríamos asegurar, no fue siquiera leída por algunos congresistas que se limitaron a aprobar sumisos lo que el ministro Cárdenas ordenaba y a obedecer con evidente complicidad los mandatos del Gobierno Nacional. Porque fue degradante ver cómo era el ministro de Hacienda quien determinaba la forma de votación de las mayorías del Congreso. Era él, y solo él, quien decía si el voto era positivo o negativo; y era a él y solo a él a quien le rendían cuentas las diferentes bancadas gobiernistas que, orgullosas y cínicas, hacían alarde de poder ante un país indiferente que no ha reaccionado todavía. Allí todo fue fiesta; allí se materializaba el agosto para muchos congresistas que, bajo la mesa reclamaban sus dádivas, mientras el país se acababa, se empobrecía y se aprestaba a asumir una crisis de magnitudes incalculables. Allí se le rendía culto a las mentiras de un Gobierno que prometió que no subiría los impuestos y que encontró un caldo de cultivo propicio para sus desatinos.
Hoy los amigos del Gobierno están felices y disfrutando de las mieles del descaro y de la ignominia. Y mientras esto sucede, los colombianos callamos, resignados, sin saber lo que nos espera en unos pocos días. Permanecemos silenciosos e impávidos sin reaccionar ante el asalto que cometieron entre el Gobierno y el Congreso que se unieron para atracar los bolsillos de los más pobres, para subsidiar el descalabro fiscal producido por el exceso de gasto y por los costos que traerán las exigencias de las Farc que entran dominando, mandando y ordenando como reyes.
Y mientras tanto, se guarda silencio ante la corrupción y nada dice el Gobierno sobre las medidas que debería implementar para evitar el desangre presupuestal que no tiene fondo.
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