Sin duda alguna esta campaña electoral está rodeada de confusiones políticas sin precedentes en la vida nacional. El decoro, la lealtad partidista, la militancia fiel y la defensa de principios e ideologías han desaparecido, demostrando que lo que se denominaba como “partidos políticos” quedó reducido a empresas electorales y a fábricas de avales. Miremos lo que pasa en Caldas:
Adriana Gutiérrez Jaramillo, candidata a la Alcaldía de Manizales, militó y fue directiva hasta hace muy poco del partido de la U, del que renunció para encumbrarse en el Centro Democrático, partido naciente y enemigo acérrimo de su casa natural. Su candidatura, avalada por el Centro Democrático, está amparada por una alianza con Ómar Yepes Alzate, de quien se denigró hasta el cansancio durante los cuarenta años de hegemonía barco yepista en Caldas y hoy, a pesar de las evidencias del pacto existente, lo tratan de ocultar como el amante furtivo. Igualmente, el Centro Democrático respalda la candidatura del candidato de Ómar Yepes Alzate a la Gobernación de Caldas, Carlos Uriel Naranjo Vélez, tradicional militante conservador en las líneas del senador Luis Emilio Sierra Grajales, a su vez rival sempiterno del dirigente Yepes. ¿Enredado? ¡Claro: todo esto es un enredo!
A Guido Echeverri Piedrahíta, respaldado en su anterior elección a la Gobernación de Caldas por la coalición Yepes Barco, y avalado por el Partido Conservador línea Ómar Yepes, lo avala hoy el Partido de la U, enemigo declarado de la mencionada coalición, pero aliado, en últimas, con el ala liberal liderada por Óscar Tapasco, a quien también tratan de ocultar.
Jorge Hernán Mesa Botero, tradicional dirigente conservador, recibe el aval para la Gobernación del oficialismo liberal (su eterno aliado), en una relación no tan extraña por sus vínculos tradicionales. Y a Octavio Cardona León, candidato a la Alcaldía de Manizales, quien hasta hace poco perteneció al Partido de la U, lo avala también el Liberalismo oficial que lo recibe nuevamente en sus toldas después de ser traicionado por su partido, al que le aportó miles de votos ayudando a elegir a sus directivas parlamentarias.
A Luis Roberto Rivas Montoya, exalcalde de Manizales y tradicional dirigente conservador lo avala su Partido por el ala Sierrista, en alianza con el Partido de la U y otros movimientos; y los demás candidatos a Gobernación y Alcaldía parecen responder a sus lineamientos políticos tradicionales.
¿Lo anterior qué quiere decir? Que los Partidos Políticos ya no pueden ser considerados como instituciones que albergan militantes con ideologías definidas y sigan directrices encaminadas al fortalecimiento colectivo. ¡No! Los partidos políticos (con minúscula) son agrupaciones en las cuales unos dirigentes megalómanos establecen su empresa electoral, y montan pequeñas dictaduras donde se expiden avales y negocian con las necesidades de sus afiliados, para su beneficio personal y la nutrición de sus egos. De ahí que, por ejemplo, para el Centro Democrático le sea indiferente que en sus listas de Concejo y Asamblea no estén personajes capaces, aptos ni académicamente preparados, y haya elegido presentar listas cerradas para estas Corporaciones, conformadas en su gran mayoría por ilustres desconocidos, con la esperanza de que la sombra de Uribe los lleve al poder sin que el elector sepa en verdad de quiénes se trata, y si están capacitados para representar al pueblo en estas latitudes.
Pero tal vez esta situación no sea tan deplorable. Tal vez (solo tal vez) esto signifique la evolución de la democracia y nos lleve a que hoy, más que nunca, los votos para Gobernación, Alcaldías, Asamblea y Concejos se depositen por personas (y no por listas ni avales) a quienes el elector considere que los merecen, independientemente del color de la bandera que los cobije. Y entonces también tal vez, signifique el principio de la depuración en la escogencia de nuestros gobernantes, adquiriendo conciencia de que hay que votar por los candidatos más capaces y no por los partidos que los avalan. Entraremos entonces en próximas columnas a analizar a los candidatos por sus trayectorias, ejecutorias y propuestas y a analizar la conveniencia de su elección. Para algo debe servir esta promiscuidad política.
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