De acuerdo con los resultados de la última encuesta publicada en LA PATRIA, la intención de voto en las elecciones para la alcaldía de Manizales presenta un empate técnico entre Adriana Gutiérrez y Octavio Cardona, lo que nos indica que el próximo gobernante de la ciudad será uno de ellos dos. Nada más refrescante para la democracia que tener opciones tan diferentes de donde escoger, en lo que algunos sectores de la sociedad han querido presentar como una lucha de clases. Y tienen razón: tenemos que escoger entre abolengo, apellido, cuna de oro y tradición (algo que cuenta demasiado en esta región); o crecimiento personal, enjundia, esfuerzo, sacrificio y superación (algo que es escaso en nuestro medio profundamente conservador).
Hay que decir que si bien las cómodas condiciones heredadas no pueden ser causa de rechazo o descalificación, tampoco son el factor determinante para elegir. Y así nuestra clase dirigente se sienta con el derecho de ostentar el poder eternamente por ser parte de la tradición, la verdad es otra. La verdad es que el hastío del pueblo con la hegemonía de unos pocos que se sienten con el derecho de mandar, dominar, dirigir, atropellar y marcar nuestro destino, ya es evidente. El pueblo quiere otras cosas; el pueblo quiere ser protagonista y dejar de ser lacayo; el pueblo quiere abrirse sus propias oportunidades sin tener que depender de los mismos; el pueblo se quiere liberar de unas cadenas impuestas por unos pocos que, en defensa de su statu quo, nos vienen destruyendo, anquilosando y dejando en el atraso.
En mi última columna decía que, de ganar Adriana Gutiérrez, entrarían a dominarnos unas fuerzas oscuras que, agazapadas, están al acecho de su botín en esa administración. Son las fuerzas gremiales compuestas por algunos personajes cuyo desprestigio es tal que hay que mantener ocultos; que hay que esconder como se esconde la palpable coalición Gutiérrez-Yepes; que hay que mantener bajo la sombra para evitar quedar en evidencia ante los electores asqueados de un dominio prepotente y lesivo.
Adriana Gutiérrez es una buena mujer, excelente madre, empresaria emprendedora. Pero no es la verdad revelada. Y tiene todo el derecho a aspirar dentro de las reglas democráticas que por fortuna nos amparan. Sus actitudes tienen que ser valoradas; su trabajo organizado y amable no puede ser desconocido; sus virtudes son cuantiosas. Pero el resto de la humanidad no puede ser malo, reprochable, repudiable ni abominable por el hecho de no compartir sus ideas. No podemos dejar que siga haciendo curso aquello de que quien no está con el CD es el enemigo del mundo; aquello de que quien piense diferente del Centro Democrático, hay que lapidarlo socialmente o tacharlo de corrupto, mafioso, criminal o vendido. ¡No señores! Eso es lo que marca la lucha de clases y lo que vuelve indigna la actividad política. Porque cuando se acaba la tolerancia, se acaba el respeto; cuando no se admite el pensamiento contrario, se acaba el progreso; cuando se desecha todo lo que no va en mi línea, se genera parálisis.
Octavio Cardona tiene también excelentes virtudes y el mismo derecho a aspirar legítimamente. Lo acompaña su origen humilde que lo hace doblemente grande, porque es producto de su esfuerzo personal y de su estudio y trabajo. Como concejal fue brillante; como profesional se ha desempeñado con lujo de detalles; y como conocedor de su ciudad le lleva una gran ventaja a su directa contendora. Y, paradójicamente, es su origen humilde lo que lo hace improcedente para nuestros dirigentes tradicionales. Se rehúsan a admitir que el capataz de su finca se convierta en propietario, colega y vecino. ¡Sí! Es una lucha de clases que, por fortuna, nos pone a escoger entre dos personas que tienen los mismos derechos y presentan grandes diferencias.
Dos personas que deben ser igualmente valoradas dentro de los cánones de la cordura, y que deberían alejarse de tanta injuria, calumnia, propaganda negra, pasquines, insultos, denuestos e improperios proferidos en cuantiosos volantes, panfletos y en unas redes sociales colmadas de asquerosidad. Dos personas que no se merecen ser tratadas como lo han sido en medio de una campaña cada día más sucia.
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