Lumièradas
John.giraldo.herrera@gmail.com
Lo primero que quiero señalar del documental Cerro rico, Tierra rica es el rótulo, la etiqueta de colombiano. El debate sobre lo que implica que un producto se le otorgue esa demarcación es simple, pero complejo. Basta con sortear el trámite legal y obtener el documento de reconocimiento. No obstante no hay un consenso sobre lo que implica sectorizar. En ese caso creo que lo de Juan Vallejo resulta tan colombiano como lo que se ha denominado como latinoamericano. Contamos con incertidumbres similares y, la minería es uno de esos temas que nos atraviesa. De manera que no entremos en una entelequia para discutir si es o no colombiano el documental de Cerro rico, Tierra rica; lo importante es ver cómo se nos permite estar en unos escenarios donde ocurren acontecimientos tan trascedentes, en sitios tan aislados y remotos que parecieran no existir.
Lo otro que me inquieta es el trabajo documental. Lo más brillante que se produce y realiza en Colombia se encuentra del lado de los que muestran la realidad, no podría decir tal y como es, pero sí, desde esos flancos donde transcurre la vida y se ahonda desde lo etnográfico, periodístico y la reconstrucción de hechos. El cuidado, el tratamiento, las técnicas, esa necesidad de contar lo que con la ficción no se puede. Quizás valga decir, que a Cerro rico (2011) le faltó un poco de ese hecho llamativo de hilar unas historias, de trabajar más la estructura, que fuera menos libre y más pensada desde el espectador para cautivarlo, aunque se sostenga que esa no sea su labor.
Detengámonos un poco en los hechos contados en el documental. Potosí es un cerro, que los saqueadores españoles dicen haberlo descubierto. Pero ya tiempos atrás los hermanos indígenas sabían de los metales que allí había y le rendían culto y trataban con respeto el lugar. En 1545 se dice que se fundó, cuando el indígena Diego Hualpa se entera de las vetas de minerales, a ese cerro los indígenas le tenían el nombre de Cerro Magnífico, como también por los rugidos a su interior, le llamaron La boca del infierno. Apenas si vivían 16 mil personas en 1560 y luego en 1610 ya había cerca de 200 mil. Fue una de las ciudades más importantes del mundo, pues apenas Madrid para esa época -1572- tenía 130 mil habitantes. Más de 13 mil personas trabajan diario en esta mina, nueve mil en el día y cuatro mil en la noche, bajo ese genocidio de la Mita. Extraían en ese entonces unas 15 mil toneladas, se decía que era el 50% de plata de todo el mundo. De modo que lo mostrado ahora por Potosí son los vestigios de un fenómeno que está en su decadencia, aunque no del todo, porque la plata no es el único metal que se extrae: el litio parece el nuevo potencial, será objeto de otro documental.
Potosí, es una expresión, un vocablo con el que se conoce, una riqueza incalculable. Miguel de Cervantes Saavedra la volvió popular en ese libro infaltable de Don Quijote de la Mancha, aludiendo a la palabra para dar cuenta de lo valioso de algo o alguien. Pero como vemos, Potosí, fue, ahora es un territorio inhóspito -sin interés por la burbuja mediática- donde persiste una relación muy fuerte con la tierra. Una de cada tres hectáreas que entran en concesión o, son dadas a las multinacionales de extracción mineral en Latinoamérica, pertenecía a los pueblos originarios. No solo se expropia una riqueza, sino que además se atenta contra el patrimonio cultural, va en amenaza de las gentes y aquella sabiduría ancestral puede extinguirse. En Colombia 36 pueblos indígenas se encuentran en vía de desaparecer.
Resaltar algo: las aparentes protuberancias naturales que se ven en los pómulos de hombres y mujeres, como consecuencia de llenarse la boca de coca, esa mata que no mata, sino que permite la fortaleza, la espiritualidad, el saberse hijos de la tierra. Ahora el trabajo de la minería -considerado antes como el más peligroso del mundo- el propio documental nos dice que murieron más de 8 millones de indígenas en el cerro, provoca una serie de alucinaciones: no es tanto el de la obsesión por el capital, sino el contar con una forma de vida -no es general- dependiente del alcohol, de manifestaciones de machismo, de un extrañamiento al estar en situaciones de profundidad en la mina. Y de inmediato, pensamos en los mineros de Marmato, a quien valga la pena decirlo, quedaron retratados no solo en las fotografías de Rodrigo Grajales, sino en el documental de Mark Grieco.
Aunque el documental dirigido por Juan sostiene una temática sugerente y nos interna en Potosí y sus diversidades, es necesario poner en consideración que faltó la minucia del acercamiento con las fuentes, a veces aparecen abordadas a quemarropa, mientras que en otras se nota un trabajo próximo, donde la cámara parece ser invisible, de modo que lo que vemos cobra un mayor interés por ser espontáneo. Pudo desarrollarse más lo narrativo, la hilaridad de las historias, aunque funge de ser un plano panorámico de ese lugar rico. Ver al hombre diminuto en ese cerro provoca muchas sensaciones, el vacío, la exaltación, el asombro.
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