El cuento tiene telarañas, pero amerita repetición ahora que está de moda la gabolatría desatada por el adiós del Nobel de Aracataca:
Un interesante croché internético se formó alrededor de una foto que publicó El Espectador. En ella aparece el Nobel García Márquez dándose un clásico septimazo bogotano en compañía del calarqueño Jaime Lopera Gutiérrez.
La foto es la clásica instantánea callejera. Usted iba por la calle, feliz con su anonimato, y de pronto, pum, un fotógrafo de acera, con una maquinita diminuta, volvía historia y recuerdo ese momento.
La foto del septimazo de Gabo con el best-seller autor de La culpa es de la vaca y El pez grande se come al chico, será exhibida junto con otras 184 en sitios públicos de Bogotá.
El talentoso cuentista-columnista exdirector de La Crónica del Quindío y del Servicio Civil, modelo 36, luce inverosímil corbatín. El hombre que escribe a dos manos con su esposa Marta Inés Bernal para perpetuar su amor, está flaco como anoréxica modelo de pasarela. Su cabello empieza a retirarse. Tiene caminado, cara y sonrisa de quien quiere tragarse el mundo.
Completan su hebra, pañuelo en la solapa del saco, zapatos lustradísimos de chafarote, puntudos, ideales para matar cucarachas en las esquinas. El chaleco antifrío también salió en la foto. Que no falten gafas a lo Jean Paul Sartre.
Gabo luce pinta nada caribe: corbata, mancornas y chaqueta a cuadros de billarista. Habla con las manos. Los trajes de ambos parecen heredados de algún pariente próximo, o de un muerto remoto.
La foto salió publicada inicialmente en la revista El Malpensante con un paupérrimo y despistado pie de foto: "Gabo y un desconocido".
Muchos juraban que el acompañante era el fallecido Carlos J. Villar Borda, reportero estrella de la agencia UPI. Falso positivo.
El gabólogo-gabólatra José Luis Díaz-Granados, primo del cataquero, hablando excátedra, empezó a poner orden en la sala: "No hay la menor duda de que se trata de Jaime Lopera, quien trabajó en 1959 en la recién abierta agencia cubana Prensa Latina… Yo lo recuerdo cuando iba una vez por semana a visitar a Gabito (por invitación de él) en el piso 7 de la carrera 7 con calle 17. Lopera, en esa época, era lector de cables, según lo relato en mi novela "Los años extraviados", y lo recuerda el propio Gabo en sus memorias".
El "desconocido" Lopera reclama para la historia -y para su vanidad- que es el acompañante Nobel. Resume así el episodio: "Gabo, a la sazón subdirector de la agencia cubana de noticias Prensa Latina, se encerraba a menudo en su oficina a escribir sus narraciones; de pronto se suspendía el tecleo de su máquina de escribir y lo veíamos salir a estirar un poco la piernas, antes de reanudar su trabajo. Con el cuñado (de Gabo) Eduardo Barcha, e Iván Ocampo de la Pava, trabajábamos allí como "copywriters" y mensajeros.
Un día, al trasponer la puerta, me dijo: ‘Camine, Lopera, me acompaña y nos tomamos un tinto’. Salimos hacia la calle 18 y fuimos hasta el edificio Avianca, y de regreso entramos al café Los Cardenales. En el trayecto apareció un fotógrafo callejero quien nos tomó esa ya famosa instantánea, y me dio el recibo con el cual reclamé el original. Años después, esa misma foto en tamaño pequeño se la mostré a Gabo quien, al verla, escribió al reverso: "Este soy yo con el cuate Lopera quien no quiere aprender a escribir cuentos". Definitivo: Lopera es Lopera.
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