Pasar el fútbol del mundial al doméstico es como hacer el tránsito del ateísmo a todos los dioses, de la encopetada langosta a la proletaria trucha.
El segundo es el primero de los derrotados. Siendo así, el partido por el tercero o cuarto puestos en un mundial es tan inútil como el bolsillo de la piyama. Hitchcock jugó en este mundial: ocurrió cuando el técnico holandés faltando un minuto para terminar la prórroga, puso a jugar al arquero que finalmente lo clasificó a la siguiente ronda.
Tenía razón a medias el cineasta Passolini cuando dijo que el poeta del año debería ser el goleador del campeonato. En este mundial donde se lucieron los arqueros, el poeta del año podría escogerse entre los de Alemania, México y Costa Rica.
La desfachatez del mundial: la confesión del holandés Robben de que se tiró para fingir una falta que nunca ocurrió. La FIFA no dijo ni mu.
Messi perdió urbanidad: sigue sin saludar a los niños y se mostró despectivo cuando recibió los trofeos que le dieron a sus espaldas.
A esos balones que pegan en el palo y se niegan a entrar, les quedaron faltando cinco centavos para el gol.
Los zurdos también son gente. Jugadores como James Rodríguez, Messi y Robben convirtieron la pierna zurda en multinacional del espectáculo.
A los jugadores que se sacan los mocos en vivo y/o escupen en varios idiomas deberían obligarlos a aprenderse de memoria la urbanidad de Carreño… en chino.
Alguien hace un gol y de inmediato recobra energías. Queda como tocado por diez dosis personales de perica.
A algunos goleadores les caen tan duro sus compañeros para felicitarlos que la próxima vez lo pensarán dos veces antes de anotar. Fue el caso del alemán que le dio el título a su país. Primero
vivir.
Los penaltis los deberían cobrar los presidentes o los gerentes de los equipos.
Los futbolistas deberían jugar con cinturón de castidad. No para pecar dentro de la cancha, sino para proteger sus partes pudendas en los tiros libres que podrían dejarlos sirviendo para
eunucos.
Los "torcedores" del Brasil esperamos hasta el final que recuperara la memoria balompédica.
Los científicos deben perfeccionar un chip para incorporarlo al balón. La idea es volverlos infalibles, como los papas. En este mundial del Brasil la derrota en muchos casos se originó en la miopía de los jueces.
Arqueros hay que se salen de la ropa porque sus defensores los hacen trabajar excesivamente. Estos quejosos deberían permanecer en casa acariciando el gato.
Ser cuarto árbitro es tan emocionante como ser alcalde de la ciudad de hierro.
Ojalá los jugadores y árbitros del futuro lleven micrófonos ultrasensibles incorporados que nos permitan a los hinchas saber qué comentan o qué insultos intercambian entre ellos.
"Cuando dos equipos empatan, ambos pierden. Es una derrota recíproca y humillante", pontificaba el cronista brasileño Nelson Rodrigues.
Aficionados hay que si no los muestran siquiera una vez en las transmisiones de televisión, consideran que reencarnaron en vano.
Las finanzas del niño Alberto Camus, futuro Nobel de Literatura, eran tan precarias que jugaba de arquero porque en ese oficio se gastaban menos los zapatos.
Hablando de árbitros que se equivocan, conviene recordar lo que Wilde leyó sobre el piano de un bar en Nueva Orleáns: "No disparen sobre el pianista: procura hacerlo lo mejor que puede".
Nos vemos en Rusia 2018.
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