Si desaparece una estrella distante de la tierra un millón de años luz y un minuto, el astrónomo derramará una furtiva lágrima; un ornitólogo lamentará la muerte del colibrí menos romántico, o la del pájaro carpintero más diestro para esculpir la madera.
A los aplastateclas que nos iniciamos en el mundo de las cuartillas y la máquina de escribir en el noticiero Todelar a finales de los años sesenta, se “nos piantará un lagrimón” el 20 de diciembre cuando salga del aire.
La noticia la dio su último director, Edgar Artunduaga. La vieja Radio Continental que originó el informativo desde siempre, fue vendida al pastor Eduardo Cañas de la iglesia Soy Manantial. En adelante, los evangelistas Mateo, Marcos, Lucas y Juan, el reportero estrella, serán las fuentes noticiosas.
El opita Artunduaga nos chivió a todos. Pero como es el mandamás, no es gracia.
Para este servidor, sí es gracia haberse iniciado como patinador de redacción cuando dirigían el noticiero el Loco Alberto Giraldo, el “maestrico” Gabriel Cuartas Franco, y el maestro Antonio Pardo García, el único que sigue en fructífera actividad.
Llegué a Todelar con una desnutrida hoja de vida, sin norte, sur, oriente, ni occidente. En esa patria boba sentimental en la que me encontraba, aterricé en la sede del noticiero, en el centro de Bogotá.
“Parece que fue ayer...”. Con los pies sobre la mesa, me recibió Giraldo, de Cisneros, Antioquia. Me lo presentó mi viejo camarada, Álvaro Vasco, quien me guarda puesto en la eternidad en el pabellón de sus colegas restauranteros.
El Loco me preguntó entre un madrazo y otro en su lenguaje de plaza de mercado qué sabía hacer en periodismo. Le respondí que nada. Me electrocutó con un: “¿Entonces qué hago con vos $%$#!!)?”.
Finalmente me aceptó. Empecé a madrugar a las cinco de la mañana.
De inmediato me reporté con los patos del andén de Envigado que me habían despedido para que me le montara a la vida: “Pintas, triunfé en Bogotá. Me ganaré 800 pesos mensuales. Cojan oficio”.
Cuando entré a Todelar confundía un lead o párrafo de entrada de las noticias con el tren de la Sabana. De la mano de quienes laboraban allí fui saliendo de mi analfabetismo periodístico.
Sigo aprendiendo pues en este destino siempre estamos de llegada.
¿Cómo no estar agradecido y agarrar a picos a los colegas que me dieron el pescado y me enseñaron a pescar? ¿Cómo no lamentar el silencio del noticiero en el que cortaba cables de las agencias France Press, AP y la desaparecida UPI?
Las lecturas hechas en los ruidosos teletipos me dejaron oído de polvorero, pero me enseñaron a torcerle el cuello al cisne de la información. Con el periodismo me he ganado la vida y para la vida. Por eso mi réquiem lacrimógeno por el noticiero Todelar.
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