El ceramista Pablo Jaramillo ha vivido a, ante, bajo, cabe, con, contra, de, desde, en, entre, hacia, hasta, para, por, según, sin, sobre y tras el barro. Le dieron el torno por cárcel.
Tiene museo en Sonsón, su terruño. Según Pablo, el hiperbólico, los únicos bípedos paisas que tienen museo “en vida, hermano, en vida” son Fernando Botero y él.
A partir de hoy jueves 19, día de San José, habrá taller en ese mismo museo sonsoneño. En el taller es donde nacen las canciones, dice. Que su esposa nortesantandereana, Cecilia, cumpla años este 19 de marzo, es cuestión de puntería doméstica y capricho del azar. Felicitaciones.
A San José le dictó la madera. La oposición de entonces decía que era buena persona pero mal carpintero. Era incumplido como todos los del gremio. A Pablo le dictó el primer oficio que se le conoce a Dios, el de alfarero que hizo a Adán del barro que encontró al lado del palo de mango del paraíso.
Ve a cualquier prójimo -mejor si es prójima- y casi empieza a moldearlo. Su credo se resume en cuatro palabras: Ver y sí tocar. Si usted no toca su arte, lo que él hace, el hombre de ojos como los del Corazón de Jesús o las bolas de cristal de la infancia, le retira el saludo y la mirada. ¡Ay! si lo invita a Sonsón y no le acepta.
Sin su taller, Pablo es el pájaro sin el viento, el soneto sin el último terceto, Romeo sin balcón.
Se siente desolado lejos del taller, su hábitat en las Universidades de Antioquia, Pontificia Bolivariana, San Buenaventura...
Ha enseñado siempre sin imaginar que estaba aplicando la doctrina del Dalai Lama: “Comparte lo que sabes, es una forma de alcanzar la inmortalidad”.
“Tengo fe en su obra porque he adivinado su capacidad artesana”, escribió Manuel Mejía Vallejo pensando en este artista plástico con diploma parisino.
“Alfarero de estrellas” lo bautizó en un soneto su paisano y vecino envigadeño Hugo Penjaus Álvarez, un arquitecto que es un as en música del antier.
Robledo Ortiz, a lo mejor después de ver a Pablo manipulando el torno, concluyó que el barro que utiliza se iba “volviendo piel de porcelana o vientre de tinaja enamorada”.
No es exageración de tahúr pero el maestro Pablo se saca el chicharrón de la boca para hablar bellezas de su oficio. Lo hace con tal vehemencia que a cualquiera le provoca cambiar de destino.
Si usted se encuentra con él en el Museo de Antioquia de una lo lleva a ver muestras de su creatividad. Después da licencia para ir a ver el circo de Botero. O la obra del maestro Francisco Cano.
Está tan compenetrado con lo que hace que la primera palabra que pronunció enterita fue “barro”. En vez de tetero pidió un torno.
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