Hombre, Héctor Abad: Está bien que hayas vuelto de tu sabático en Berlín, con novela nueva, "La oculta". Me contó un pajarito que tal es el nombre de una finca del suroeste y que la finca es protagonista de la novela.
Perfecto que escojas enemigos grandotes para darte en la jeta con ellos como William Ospina, Vallejo y Alvarado Tenorio.
Está bien que ejerzas el mismo oficio del jamás olvidado Borges como director de la biblioteca de EAFIT. Mi primer oficio fue de barrendero en la biblioteca del seminario, único destino que he lagarteado.
Allí supe de la existencia del Index Librorum Prohibitorum como decimos los que ganamos medalla de oro en latín. Mis primeras lecturas se guiaron por ese índice. (Ahora, cuando fui a empeñar ese oro en una prendería no me prestaron un peso. Empeñé la bicicleta).
No me opongo a que hayas sido sobrino del arzobispo de Medellín, Nos García Benítez, así hubiera prohibido a María Félix quien andaba con Agustín Lara "como con un paraguas debajo del brazo".
Perfecto que hayas hablado en el programa dominical de televisión con motivo de los 25 años del sacrificio de tu ilustre e irrepetible taita. Mi retroactivo sentido pésame.
En ese programa apareció Leonardo Betancur, otro sacrificado. En La Salle, de Envigado, le decíamos "Titi", por su sonsonete titiribiseño. Era sonriente, callado, estudioso y de bajo perfil como un alfil en dos dama.
Celebro que el libro Recetas de mis amigas de doña Cecilia, tu mami, se haya convertido en el libro más consultado en casa después del Larousse y la Biblia.
Está bien que seas desganado hincha del "perderoso" DIM hasta cuando gana.
Aplaudo que en un enroque laboral te hayas liberado de la dictadura de la noticia diaria en Blu Radio, de pronto en malas compañías uribistas.
Lo que no te perdono es la herejía que dijiste para la revista Bienestar, de Colsánitas, la prepagada que se encarga de cuidar estos huesitos: "Me gustaba mucho jugar ajedrez, pero paradójicamente desde que las máquinas le ganan al hombre, jugar ajedrez es muy difícil". Sírvete escupir esa herejía.
A otro perro con e se hueso. Nada tiene que ver una cosa con la otra. Es como no volver a escribir porque lo hacemos en computador y no en una olvidada Olivetti Lettera 22 como la mía, que me mira maluco por haberla marginado si nunca me borró un archivo.
O no correr los cien metros planos porque hay caballos más veloces que un plusmarquista como el jamaiquino Bolt.
Te tocó cambiar de pretextos para no jugar ajedrez. Salvo que sea venganza por pertenecer a la cofradía de los chambones. O por no haber podido encontrar la belleza en ninguna partida. Para alcanzar ese nirvana debes jugar ajedrez como si creyeras en Dios. O en todos los dioses, como los buenos ateos.
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