Si los panidas eran trece, éramos cuatro gatos los asistentes a la película “La jugada maestra” que recrea el match de 1972 en Reikiavik, Islandia, por el mundial de ajedrez que le arrebató Fischer a Spassky.
Menuda obra de misericordia la que cumplen las salas que proyectan cintas hechas por amor al arte, no al becerro de oro de la taquilla.
No me deslumbró la producción de Edward Zwick. Nos regaló un Fischer normalito, de suscriptor del directorio telefónico, y el gringo era un tsunami de excentricidad y genialidad.
De la película escribió el bisturí que más sabe de cine, Juan Carlos González, que Zwick “y el guionista Steven Knight optaron por escribir una historia convencional sobre un hombre que no lo era”.
Tampoco se perdió el tiempo. Zwick y los actores Tobey Maguire (Fischer) y Liev Schreiber (Spassky), recordaron un caso de juego limpio que nos reconcilia con el “bobo sapiens”.
En la sexta partida, considerada la mejor del match, el caballeroso Spassky, impactado por el juego de su antípoda ideológico, se sumó a los aplausos que el respetable le prodigó a su verdugo.
“¿Viste lo que hizo? ¡Es un verdadero deportista!”, comentó Bob Fischer.
Bajé la partida con horqueta de internet y descubrí que los aplausos para Robert James eran más que merecidos.
En Fischer estaba buscando la versión gringa de otro insólito trebejista que por estos días cumple un año de haber enrocado largo. Me refiero a Óscar Castro quien descansa a la diestra de la diosa Caissa, patrona del juego que Cervantes menciona en su Quijote y el poeta Publio Ovidio Nasón (43 a.C.17 d.C.) en “El arte de amar”.
Para alegría de los aficionados circula el libro “Óscar Castro, el jugador”, escrito por los hermanos Luis Santiago y Marco Aurelio Arango (Litocolor Impresores). La obra incluye entrevista inconclusa a Castro y charlas con quienes lo capotearon a lo largo de sus días y sus noches. Y sus mejores partidas.
Lo he contado con otra música. En 1972 transmití para Todelar las partidas del juego Fischer-Spassky. El maestro Boris de Greiff hacía lo mismo para Caracol. Transmitir ajedrez es tan emocionante como transmitir un bostezo, el paso de una tractomula, una partida de catape o tute.
La expectativa que creó la confrontación Estados Unidos-Unión Soviética trasladada al tablero, fue tal, que le abrió el apetito por el ajedrez a la aldea global. (Para no pasar de incógnito en la vida, sugiero que el despelote con los alebrestados en armas se defina a ajedrezazo ventiao).
Con el tiempo tendría el privilegio de mejorar mi currículo perdiendo una partida con el caballero que aplaudió a Fischer. La foto de este pecho con Spassky en las simultáneas que concedió anduvo varios semestres debajo del vidrio de mi mesita de noche. Para mejorar mi rendimiento como aficionado perpetuo ando con su autógrafo debajo del sobaco.
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