El siguiente es una especie de manual mínimo para tener en cuenta a la hora de votar en octubre:
El candidato de sus entretelas deberá garantizar que si tocan a la puerta de su casa en la madrugada, es un borrachito enlagunado, el lechero o un vendedor de pararrayos, pero nunca la policía que incautará su computador para mirar con lupa su intimidad de bandido.
En el caso de los cuerpos colegiados se compromete a no capar sesiones. Trabajará con impetuosidad de primíparo, o de sujeto que está a punto de perder la virginidad. Nada de disculpas médicas hechizas: que se enfermó del ego, que le dio jaqueca, que estaba con la mujer del prójimo. O con el prójimo.
Señor candidato: ¿Ya presentó su declaración de renta? Que termine su tarea tan pobre o tan rico como llegó. O sea, nada de aprovechar su cuarto de hora en la administración para llenar su bolsa.
Jurará ante notario que no ha inventado frases “históricas” pero inútiles como la archifamosa de un congresista: “O cambiamos o nos cambian”.
En caso de ver u oler a un lobista diez kilómetros a la redonda, cambiará de acera para no caer en la tentación. (Lobista es ese perfumado sujeto, convincente, meloso, de cargaderas, zapatos, medias y conciencia verdes y rojas, como los censores de la dictadura, que le puede inflar la cuenta bancaria a cambio de su votico para favorecer sospechosos intereses).
¿Jura por su gato y por las flores que no se dedicará a salvar o recuperar la robusta inversión que hizo para ascender cual prepago sin hígados?
No es necesario que cambie el país. Suficiente con que no ayude a tirárselo. Prometerá ante el hacedor de estrellas y del viento que solo meterá la mano en su bolsillo, no en el presupuesto que es sagrado como una monja de clausura. Nada de enriquecerse primero y “honradecerse” después como decía alguien por ahí.
Tampoco utilizará la curul para devolver favores, sino que sudará sus dietas con iniciativas que mejoren la cotidianidad del hombre de a pie.
El candidato ideal se compromete al final de la legislatura a no aprobar proyectos de prisa, a pupitrazo ventiao, en la madrugada, cuando “el músculo duerme, la ambición descansa”. A esas horas suelen aparecer “micos” u “orangutanes”, como se les dice en la parroquia a esos apéndices que se les cuelgan a los proyectos con fines nada santos.
El candidato ideal tendrá un discurso coherente. No tendrá uno para su intimidad, otro para su equipo, su familia, el club, la misa dominical, el motel, la impunidad del sauna.
El buen candidato aparecerá todos los días, no solo cada cuatro años, en el corazón de sus constituyentes-contribuyentes primarios.
Trabajará de tal forma que sus electores no cambiarán de barrio ni de mesa si se lo topan en un restaurante de pocos o de muchos trinchetes.
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