A pocos días de la votación final y definitiva para elegir presidente de la república, nos encontramos ante un escenario que no vivíamos desde 1998, cuando Andrés Pastrana venció a Horacio Serpa. En primera vuelta Serpa ganó por escasos 35 mil votos y en segunda Pastrana logró la presidencia superando al candidato liberal por medio millón de sufragios. Luego de tres elecciones con definiciones sencillas y holgadas, volvemos a vivir una reñida disputa. Y nuevamente, como hace dieciséis años, el asunto de la guerra y la paz es el que define quién será el próximo jefe de Estado. En ese entonces los dos candidatos abogaban decididamente por un acuerdo negociado con las guerrillas. Ganó quien a los ojos de los electores lo podría hacer mejor. Hoy, la decisión de los votantes es entre un candidato que está adelantando unas negociaciones de paz, con hasta ahora muy buenos resultados, y otro que ha atacado de manera feroz el proceso de paz vigente y anuncia que si llega a la presidencia impondría ciertas condiciones y restricciones para su continuación, las cuales con toda seguridad llevarían a los diálogos de La Habana un enorme riesgo, con muy altas probabilidades de conducir a su ruptura. Esa es la disyuntiva de hoy.
La obsesión sin tregua del expresidente Uribe contra el proceso de paz ha cosechado sus frutos; y su deseo ferviente de castigar a Santos por salirse del rebaño, por no ser su dócil discípulo, está viendo sus réditos. No de otra manera se puede explicar el ascenso vertiginoso de Óscar Iván Zuluaga en los últimos dos meses. Lo que nos tenemos que preguntar es si el éxito personal de un político, por importante que éste sea, casa en esta ocasión con la necesidad de todo un país. ¿Acaso es más importante la satisfacción de Uribe que el bienestar de toda la nación?
Dado que Uribe tiene el don de producir una enorme atracción por su persona y sus ideas, su pensamiento es ahora el de una porción de los colombianos. Sus tesis simplistas son atractivas a primera vista, y si son ayudadas por mentiras o calumnias, teniendo en cuenta la credibilidad que conserva en personas de buena fe, no es difícil entender el porqué de sus triunfos electorales. Si al activismo uribista le sumamos la imagen poco carismática del presidente Santos, y errores que ha cometido, siendo el principal su poca definición en diferentes frentes de gobierno, esto desemboca en su descrédito con muchos electores. Por eso no tiene asegurada su elección.
Este es el telón de fondo de unas elecciones cruciales para el país: para el Estado y la sociedad. Si por fin estamos cerca y con fundamento cierto de cerrar un acuerdo de paz con la guerrilla, también corremos el riesgo de que ‘el pan se queme en la puerta del horno’. Esto es lo que se define el próximo domingo 15 de junio. Santos diseñó, emprendió y ha conducido de manera acertada el proceso de paz con las Farc. Un proceso que ha dado unos resultados tangibles que se traducen en tres acuerdos, de cinco en total por lograr. Que cuenta con el apoyo de la comunidad internacional, empezando por aquel que es condición para su avance y éxito: el de Estados Unidos. Y con el fundamento más importante: las Farc quieren dejar las armas.
Una nación sin conflicto armado interno, sin esa guerra perniciosa que tanto daño nos hace, parece un sueño, una fantasía. Sueño y fantasía que pueden ser cumplidos pronto, para inmediatamente empezar a construir algo mejor para todos. Es más difícil construir que destruir. Pero también es más sano.
Por eso, más allá de tantas polémicas y virulentos enfrentamientos, de una política que ha mostrado sus más indignas armas, no me cabe duda de la gran importancia de esta elección presidencial. Por nada del mundo debe ponerse en riesgo el proceso de paz. La mejor mano para conducirlo es hoy la del presidente Santos. Por eso votaré por él e invito a quien tenga dentro de sus consideraciones la posibilidad de vivir en un país diferente al que hemos tenido los últimos cincuenta años, en uno sin guerra, que contemple seriamente votar por el presidente Santos. Y lo más importante: que lo haga.
Falta solo un impulso final, este es el momento. Su voto hace la diferencia en el camino de la paz.
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