Siempre ha habido botafuegos en la política, especialmente en tiempos de enconadas rivalidades o de definiciones tan críticas como la que el país enfrenta en este momento: la posibilidad de un acuerdo de paz con la guerrilla.
En tiempos pasados un botafuego era “una varilla de madera en cuyo extremo se ponía la mecha encendida para pegar el fuego, desde cierta distancia, a las piezas de artillería”. También se dice de quien “se acalora fácilmente y es propenso a suscitar disensiones y alborotos”.
En medio de todas las dificultades y retos que genera un proceso de paz, porque no es para nada fácil adelantarlo, surgen de muchos lados botafuegos que quieren acabarlo, destruirlo y solazarse en esto. Dicen que quieren la paz, pero que ‘no a cualquier costo’, aunque mejor les quedaría decir que a ningún costo, que solo la quisieran si se logra por el uso de las armas. Y esto último de por sí no es ilegítimo, lo que sucede es que es tremendamente costoso en vidas, en sufrimiento y en recursos. En el estado actual de cosas una mesa de negociación es lo más sensato, inteligente, humano y práctico. No cabe duda de que quienes tienen una posición radicalmente adversa a las presentes conversaciones de paz de La Habana no van a cambiar su perspectiva, pues ésta surge de unas ideas y percepciones labradas de manera indeleble en su mente. Y están en su derecho.
Lo que sí es conveniente es cuestionar la veracidad de su discurso y su pregonar, y no pocas veces vociferar. Porque ciertamente sus afirmaciones son cuestionables y en muchas ocasiones manipulación de los hechos. Su negativa radical a que cese la violencia guerrillera a través del diálogo y su odio visceral, debido a que lidera esta iniciativa, hacia el presidente Santos, es su derecho, con eso no hay problema. Lo que sí es problemático es la propaganda desmedida que los botafuegos hacen para desprestigiar y sabotear la oportunidad única que tenemos de mermar drásticamente la violencia y el sufrimiento en buena parte del país.
El proceso de paz con la guerrilla tiene altas probabilidades de salir adelante, está en su fase definitiva y el asunto clave de las negociaciones es el que se está tratando justo en este momento: la justicia y sus temas relacionados. Y todo parece indicar que la guerrilla aceptará una sanción y un reproche por su violencia de décadas y especialmente por las acciones más crueles y perversas. Como también tendrá que hacerlo el Estado y los agentes suyos que han participado o patrocinado horrendos crímenes.
Según la última encuesta del Centro Nacional de Consultoría, solo el 33% de los encuestados es optimista con el proceso de paz, en cierta medida por la propaganda de los botafuegos. Pero sube al 84% los que manifiestan que de salir adelante los beneficiaría personalmente y un 72% que dice que sería muy bueno para el país.
Los botafuegos dicen que las Farc se quedarán con el campo colombiano, que desaparecerá la propiedad de la tierra, que en La Habana se está entregando todo, que los guerrilleros conservarán las armas, que llegará el castro-chavismo, que se privilegiará a un puñado de mafiosos a los que se les da buena vida, que los diálogos no tienen razón de ser alguna, justo cuando ya se tenía al borde de la derrota a la guerrilla. Nada de esto es cierto. Solo son bocanadas temerarias de los botafuegos.
Este proceso de paz ha sido manejado con seriedad y responsabilidad, mejor que ninguno en el pasado. Y tiene altas probabilidades de salir.
Si usted cree que tenemos chance de vivir distinto, de dejar atrás una violencia que se volvió costumbre y adicción, no preste atención a los botafuegos, pues tal vez ahora las cosas serán distintas.
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