La seria crisis que se vive entre Colombia y Venezuela no ha incidido en la marcha de las negociaciones de paz entre el Gobierno y las Farc. Y esto es una prueba del buen camino de los diálogos, que no sobra repetir, son difíciles y arduos de principio a fin. En otro momento la grave tensión binacional habría afectado seriamente el proceso. Pero esto no sucede hoy por dos razones: primero, porque Venezuela no es ya un actor principal en la marcha de las negociaciones, lo fue al principio, pero ya no; segundo, porque si bien el régimen chavista y las Farc tienen identidad ideológica, esta guerrilla sabe que su destino político depende de los acuerdos que logre con el gobierno y la aceptación que estos tengan en Colombia, no de lo que pase en el vecino país. Esto es un buen logro. Por otro lado, si bien se le ha pedido al Gobierno que excluya a Venezuela de los países acompañantes del proceso debido al comportamiento hostil que ha tenido para con miles de colombianos en esta crisis fronteriza, de verdad que no vale la pena tomar esta medida en este momento, pues haría un ruido tremendo afectando los diálogos mismos y haciendo más difícil solucionar el problema con el vecino.
Con el antecedente de esta saludable autonomía de los diálogos de La Habana, es bueno recordar que la mesa y sus partes están de lleno trabajando en el punto que constituye el núcleo de un posible acuerdo: las víctimas y los mecanismos de justicia que se aplicarían. Los dos temas son indisolubles, no existe el uno sin el otro. Lo más probable es que ya estén metidos de lleno en el tema justicia. No me cansaré de repetir que éste es el corazón de las negociaciones, su núcleo. Claro que no podría haber un proceso de paz solo sobre este asunto, pero sin él es hoy en día impensable.
No hay una fórmula que deje satisfecho a todo el mundo. Es más, tal vez no habrá acuerdo en la materia que obtenga el favor de una gran mayoría. Lo mejor es prepararnos para un escenario futuro en el cual una parte apreciable, que si bien no la mayoría, quedará inconforme con lo pactado en justicia.
Hay dos extremos en términos de justicia penal: ninguna pena o sanción, por un lado, y la aplicación total de un severo castigo. La primera, aplicada ampliamente en nuestro país por más de siglo y medio (desde la independencia hasta los acuerdos que dieron fin a la violencia partidista de los años cincuenta del siglo pasado) es ya impensable por un sentimiento mundial de justicia que busca no dejar pasar por alto lo que se ha denominado "graves ofensas contra la humanidad", es decir, eventos de violencia y guerra tan severos y crueles que no pueden ser ignorados. Este sentimiento fue el que dio origen al Estatuto de Roma y a la Corte Penal Internacional.
Al mismo tiempo, si se está negociando un acuerdo de paz entre el Estado y una fuerza militar insurgente, es decir aquella que quiere reemplazar al Estado, también es aceptado universalmente que el tratamiento de los crímenes sucedidos en la contienda entre ambos será especial y no corresponderá a la aplicación total de lo que consagre la norma penal del Estado. No sobra decir que se llega a una mesa de negociaciones porque existe la consideración de que de persistir en la confrontación el daño humano será muchísimo mayor que el costo de lograr un acuerdo, porque también hay que recordar que un acuerdo de paz tiene un costo que se abre en múltiples dimensiones. La justicia transicional, es decir una justicia penal modificada, tiene un consenso mundial para ser aplicada en transiciones como la nuestra. ¿Cuáles serán las sanciones finales que resultarán en nuestro caso? Eso es lo que se está "cocinando" en La Habana. Ojalá el resultado final sea bueno.
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