Estábamos en Lecce. Los turcos trataron de tomarla varias veces y por ello Carlos V dotó a la ciudad de un castillo para su defensa. Y ahora, ¿por dónde empezamos? Es tal el cúmulo de iglesias y palacios, que llenan varias hojas en mi libreta de apuntes con sus correspondientes datos y especificaciones.
Empecemos por la enorme plaza de san Oronzo, en la que sobre un altísimo obelisco se yergue la estatua del obispo, patrono de la ciudad. Dice la historia o leyenda que el propio San Pablo recomendó en una carta que Oronzo fuera nombrado obispo de la ciudad. Dos huellas de su paso por Lecce dejaron los romanos, el anfiteatro y el teatro. El primero mide 102 metros por 83 y podía albergar a 25.000 personas y el teatro romano, ubicado en un extremo de la plaza de san Oronzo, bastante bien conservado y donde se celebran conciertos y diversos actos culturales, podía albergar 5.000 personas. Este teatro romano es el único existente por ahora en Puglia. Se sabe, por otra parte, que en la región hay todavía muchas excavaciones por hacerse. Conozco muchos teatros griegos y romanos en Grecia, en Turquía, en Sicilia, en los Balcanes y todos me emocionan.
El barroco llamado de Lecce reúne un inmenso grupo de iglesias y palacios de la región, construidos entre los siglos XVI y XVIII. Favoreció el florecimiento masivo de este estilo en la zona la existencia de una piedra calcárea, de color cálido y homogéneo que se deja tallar y cortar en bloques. Los artesanos y artistas gozaron dando curso libre a su imaginación y haciendo con esta hermosa y dócil piedra florituras, frisos y fantásticas decoraciones de todo tipo. Algunos de estos artistas, todos desconocidos para mí, lo confieso, fueron: Antonio Francesco Zimbalo, Cesare Penna, Achile Carducci, Gabriele Riccardi, Giuseppe Zimbalo apodado “Zingarello” y Giuseppe Cino. Recorriendo las angostas calles de la ciudad vieja se pueden admirar, iglesias, palacios, arcos, fachadas, balcones, columnatas, frisos, blasones y vasos altamente refinados, obra de estos artistas.
La Basílica de la Santa Cruz (Santa Croce) es obra maestra del barroco. Con su fachada de innumerables frisos parece un encaje. Su construcción, que duró tres siglos, comenzó en 1353 por orden de Gauthier VI de Brienne y se terminó en 1695. La fachada es una eclosión única de estatuas y frisos enormemente decorados. Sin embargo no atosiga como otras construcciones barrocas en las que los excesivos adornos más parecen pegotes que obras de arte. Llama la atención por la alegría, la picardía y la finura de los detalles una serie de 13 “putti”. En italiano “putto”, en singular, significa niño.
Son frecuentes las figuras de niños, muchas veces desnudos, otras alados, como si fueran angelitos, en el Renacimiento y en el Barroco español e italiano. Dos grandes nichos albergan dos imponentes estatuas de San Benito y San Celestino. El interior es sostenido por 16 columnas, todas diferentes. En el ábside, la parte más importante de la basílica, siete capillas albergan otros tantos altares. Nos dicen que es tan impresionante la fachada que muchos críticos se olvidan de ver y de admirar el cúmulo de arte que la basílica guarda en su interior, cosa que no hacemos Gianna Bressan y yo. Definitivamente la Basílica de la Santa Cruz es el monumento del barroco más espectacular de Lecce y del tacón de la bota italiana. Acompañan a la basílica, en esta gigantesca “Piazza del duomo” otros magníficos ejemplares del barroco de Lecce.
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