Hablando de Chandigarh olvidé en mi artículo anterior anotar que Le Corbusier tuvo siempre en cuenta en sus construcciones al sol y sus violentos rayos.
Hay en Chandigarh un jardín maravilloso, casi del Edén, tanto que dicen es el lugar más visitado de India después del TajMahal, y esto es mucho decir porque en este país hay monumentos por millares, y como decía Gloria Valencia de Castaño, empleando una muletilla suya: "absolutamente fascinantes" todos.
La historia de Nek Chand es maravillosa, hasta tal punto para mí, que me hubiera gustado muchísimo haber conocido a este artista del pueblo. Chandigarh merece, sin duda, ser visitado por los dos genios que allí trabajaron: Le Corbusier y Nek Chand. Dos personajes tan diferentes, uno de gran formación académica y profesional, el otro hombre sencillo del pueblo, sin educación artística ninguna.
Nek nació en Pakistán, cuando este país pertenecía a la India, o sea antes de 1947. Para ser exactos, nació en 1924, o sea en la época del Raj Británico, cuando la India y varios países vecinos eran colonia de la corona inglesa. En 1947 cuando Pakistán se separó de la India, ocurrió quizás uno de los más grandes éxodos de la historia. Diez millones de hindúes huyeron ante el nuevo dominio musulmán beligerante de Pakistán y se refugiaron en la India, o sea su patria. Extraña huida: huyeron de la que era su patria para su patria. En Chadigarth Nek fue un humilde funcionario del Estado. En 1957 se lo ocurrió (¡impresionante y sencilla genialidad!) recoger basuras, desechos de todo, mientras recorría en su bicicleta los caminos. Era inspector de carreteras. Acumulaba trastos viejos, desechos de electrodomésticos, botellas, plásticos, pulseras, azulejos, fregaderos, latas, piedras, trapos, tuercas, tornillos, latas, alhajas baratas, gafas, maderas, marcos de ventanas, incluso fósiles, "en fin, cuanto exige Moratín en su poema La Caza". Los buscaba en la ciudad, en las afueras y en las montañas vecinas de Shivalik. Y con todos esos trastos, algunos reciclables, y otros no, en un terreno en las afueras de la ciudad se dedicó a fabricar estatuas de personas, animales y cosas. Así fue ampliando su galería de cosas y personajes, y en un mundo entre fantástico y real, fue construyendo un entramado de caminos amplios, y otros estrechos, túneles, plazas, espacios abiertos, cascadas y en repisas fue colocando las estatuas. En 1975 el municipio se dio cuenta de "las locuras" de este señor, que además construía en un espacio que era reserva natural; realmente allí no había sino matorrales. Habían pasado 18 años desde que Nek comenzó su obra artística que copaba ya 5 hectáreas. El gobierno local se dispuso a destruir esa "barbaridad" de cosas extrañas que el hombre construía, pero el pueblo, que estaba agradecido con Nek, que lo admiraba y que ya había visitado muchas veces el tal jardín, se interpuso en masa frente a las autoridades, por lo cual estas echaron pie atrás y respetaron el trabajo del artista popular. Un caso más en la historia de la humanidad en que se demuestra que el pueblo sabe muchas veces, más que sus gobernantes y es más cuerdo que ellos.
En terraplenes o repisas hay a manera de ejércitos o de grupos, estatuas de medio metro o algo más, de personas, animales, cosas. Algunos semianimales o semipersonas parecen tener una actitud pensante. Y uno mirando las figuras también se queda pensando. En alguno de esos escondrijos o corredores hay un árbol con multitud de raíces como una impresionante cabellera humana. Pero basta por hoy. Seguiremos con la bella historia del Jardín de Rocas y de su genial, humilde y creativo constructor.
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