Luciano tiene la disciplina de escribir. Las auroras lo han sorprendido en su bohardilla borroneando páginas que guarda para sí, o bien para entregarlas a la publicidad. Muchas variables tienen la vocación de trascender.
Luciano recuerda un corto ensayo que el bachiller Jairo Salazar Álvarez leyó en el Centro literario "Eusebio Robledo" del Colegio Pío Xll de Salamina sobre este verbo que se convierte en reflector de intangibles importancias. En esas tres sílabas se encierra la vida de quien no quiere ser bosta, ni morralla sobradiza. Verbo que es estímulo punzante. Zodíaco hacedor de llamaradas.
En el verbo trascender radica la gran batalla que dan los que tienen quimeras que pujan por nacer. Si García Márquez era pródigo en novelas "para que me quieran más", otros lo hacen para seguir vivos después de muertos. Trabajan una ilusoria eternidad. Homero, Virgilio, Sófocles, Eurípides, Esquilo, después de muchos siglos de haber dado a luz sus libros que el tiempo no ha podido destruir, viven en medio de nosotros. ¡Cuántas vigilias ha dedicado Luciano a esos autores imperecederos!
El que escribe no muere. Es intemporal. Para poder adquirir, administrar y conservar las relaciones sociales, hay que leer. Nada más aburridor que un contertulio analfabeto, carente de juicios sensatos, que exhibe ignorancia enciclopédica. El que ha leído es diserto, imaginativo y creador. El que escribe maneja una lupa misteriosa. Ve, observa, intuye, con un ojo espiritual del cual carecen los demás.
Unas minorías, muy reducidas, desentrañan el vocabulario de la naturaleza, el lenguaje de las flores, el mensaje de los jirones de nubes corredizas, las cuitas que adolorido canta el río que viaja evadiendo el cilicio de las piedras.
Son elogiables las filigranas de García Márquez para hacer escamoteos con las palabras, para redondear musicalmente una descripción. Es un genio para las parábolas y para desmenuzar las cogitaciones que anidaban en su universo íntimo. La Odisea de Homero o La Ilíada de Virgilio asombran en los relatos sobre la guerra de Troya o el regreso de Eneas a su tierra natal. Bernardo Arias Trujillo fue genial en sus prosas. Lo mismo Silvio Villegas.
Máximo Gorki dimensionó el papel que en la vida de las sociedades tiene el escritor al afirmar que "es el vocero emocional de su país y de su clase, es su oído, sus ojos y su corazón; es la voz de su época".
Quien escribe, crea. Suya es la intuición, suyo el ojo mágico, suya la habilidad literaria para hacer malabarismos con las palabras. Mas la imaginación. El que no sueña, el incapaz de fabricar utopías, el que no tiene horizontes, es un eunuco espiritual. Vive en una triste órbita precaria.
Es irresistible el deseo de escribir. Estar opinando, abriendo alas, conceptuando, viviendo en el parnaso, dándole salida a ese otro yo agazapado en regiones secretas. El escritor mantiene el alma despierta. Husmea, controvierte, palpita, con el oído convertido en antena prodigiosa. Sobrevuela sobre los acantilados de las almas dormidas.
Se vive entre tensiones y solo la pluma y la palabra liberan y trascienden.
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