En la política existen jerarquías que deben ser acatadas. Aunque nos rindan eventuales fracasos, quienes por cualquier circunstancia tenemos grande o pequeña significación en la existencia de los partidos, somos sus voceros, con el compromiso de ejercer un infatigable apostolado doctrinario. ¿Qué hemos hecho desde los albores bachilleriles hasta esta recta final de la vida? Evangelizar sin intermitencias. ¡Cuántas veces trillamos esta geografía predicando los fundamentos del conservatismo! No queremos renunciar a esa identidad. Los partidos son disciplina. Cuentan con organismos que determinan la ruta que debe ser obedecida por sus militantes. ¿Qué sería de una colectividad si sus integrantes, por cualquier excusa baladí, toman decisiones autónomas, desconociendo la voluntad mayoritaria que señala el sendero que se debe recorrer? Las disidencias son transitorios desvíos pírricos. Quienes las inspiran, tarde o temprano, regresan a los caserones inconmovibles de sus jerarquías legítimas. Gaitán con su penacho demagógico, Alzate con su impactante cerebro ígneo, Galán con su auroral mensaje de cambio, no pudieron astillar las cúpulas de los santuarios que albergan los arraigos ideológicos de los colombianos. Los tres, personajes con dimensión histórica, vencidos por los reclamos, tuvieron que descaminar sus andanzas, para regresar contritos a las colectividades que habían abandonado.
Es cierto que, en algún momento, creímos que era sensato acompañar la reelección del Presidente Santos. Estábamos frente al panorama de un partido anémico y arrinconado, sin que nadie osara lanzarse a la conquista del poder. Solo un dirigente de talla nacional, Ómar Yepes Alzate, con arrojo quijotesco, predicó que si no queríamos ser borrados históricamente como opción de gobierno, deberíamos tener candidato propio. Esas consignas las calificamos inicialmente de optimistas, muy propias de su mentalidad azul. ¡Quién dijo miedo! Una convención nacional ratificó su tenaz porfía, escogiendo a Marta Lucía Ramírez como la aspirante oficial del conservatismo.
Frente a este hecho irreversible, unos pocos hacen disidencia desafortunada que el partido les cobrará. La elección de la señora Ramírez tiene un aspecto inmensamente positivo. Sacó al conservatismo del letargo y hoy está en las plazas públicas reclamando su vanguardia en los acontecimientos presentes y futuros. El partido despertó. Ómar Yepes y Marta Lucía Ramírez han resucitado a Lázaro.
¿Cuál debe ser la respuesta de nuestros copartidarios? ¿Quedarnos petrificados como momias? ¿Imitar al avestruz? ¿Marginarnos con indolencia suicida, dejando que otros sean actores y nosotros -pordioseros ideológicos- aislados de las contiendas democráticas?
Laureano Gómez, como Yepes ahora, por 1930 y años subsiguientes, cuando los romanistas eran unas mesalinas para los ajetreos horizontales, adelantó una solitaria batalla contra los gobiernos liberales. Con un puñado de héroes cruzó el desierto hasta recobrarle el poder al Partido Conservador. Mariano Ospina y Gilberto Alzate enarbolaron nuestras banderas en las fragorosas disputas por el Solio de Bolívar. En las mismas estamos ahora. Hay una caterva de entreguistas que prefieren los halagos palaciegos. Se están quedando solos. Tenemos ahora un partido vigoroso que reclama lealtad de sus dirigentes y, sin violencia, no va a permitir que unos Judas le pongan un Inri a nuestro glorioso pendón.
Hace 50 años, Yepes, universitario tímido, de precarios recursos, tomaba puesto en los buses roncadores para visitar los apartados municipios de Caldas. En el trajín de los meses fue sembrando su nombre por esta geografía con perseverancia benedictina. Después llegó al Congreso y se puede afirmar que no existe una sola vereda de este departamento que no haya recibido beneficios de su labor parlamentaria. Ahora mismo, -comandante en guerra- recorre el país como Presidente del Directorio Nacional Conservador y visita municipios y aldeas de esta comarca portando los símbolos de nuestras glorias.
Después de media vida a su lado, de respetarlo como Jefe y quererlo como amigo, nunca, nunca podrá decir que lo dejamos solo. No habrá de ser nuestro destino la voluble estabilidad de las veletas que giran según el antojo de los vientos. Yepes es el gran comandante de esta batalla y aquí estamos presentes sus capitanes. ¡Mande mi General!
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