¡Épocas aquellas! Sin terminar bachillerato, nos escapábamos los fines de semana para salir con los jefes del Partido Conservador a predicar, desde Aguadas hasta Génova, desde La Dorada hasta Pueblo Rico, verdades eternas. Incorporábamos a nuestro equipaje intelectual sus Estatutos que en pocas normas plasman la ruta de la colectividad. Estudiábamos la historia de Bolívar, sus gestas heroicas y sus mensajes, escudriñábamos la significación en tiempo sin linderos de Rafael Núñez y Miguel Antonio Caro, pasábamos por las biografías de Marco Fidel Suárez, Laureano Gómez, Mariano Ospina Pérez, Gilberto Alzate Avendaño, Misael Pastrana y nos transformábamos en mensajeros de un estado cristiano, predicando la paz social y la solidaridad humana.
Aprendimos que los partidos políticos se sustentan en doctrinas, que son éstas las que justifican su existencia y que careciendo de ese ropaje las faenas electorales se convierten en aburridos mercados de triviales baratijas.
Por el lado liberal era Gaitán con dejo gangoso de barriada bogotana y garganta con fibra de trompeta sinaítica, y era el viejo Alfonso López, de cultura revistera, pero con olfato zahorí, y Alberto Lleras de cerebro gélido, y Carlos Lleras, Soto del Corral, Darío Echandía, y Carlos Lozano Lozano, líderes que gestaron una trascendente reforma constitucional. Posiblemente éramos ilusos. Con José Restrepo, Pilar Villegas, Cástor Jaramillo, Rodrigo Marín y Ómar Yepes devoramos caminos, soportamos el azote de las ventiscas, fuimos manantial de agua salada que brotaba de nuestros cuerpos extenuados en las canículas, y paladeábamos el hambre y los insomnios en largas travesías de apostólicas enseñanzas. Éramos unos porfiados profetas, sembradores de preceptos inmutables en los surcos de un pueblo ávido de enseñanzas que le sirvieran de báculo para enrutar su destino.
De repente las cosas cambiaron. En la Costa Atlántica los votos se compraban y esta mala táctica costeñizó el país. Cundió el mal ejemplo y como un maleficio, los anticipos de los comicios se convirtieron en festivales de alcohol, en entrega de mercados y materiales de construcción y ¡cosa rara! como los electores se enfermaban antes de cumplir sus compromisos en las urnas, se regalaban antiparras, se contrataban médicos y se vaciaban las farmacias para atender el inusitado aluvión de problemas de salud.
Hay -ahora- una metamorfosis radical en la política. Los principios desaparecieron, nadie los expone y si antes había periódicos confesionales, (liberales o conservadores) ahora todos son hermafroditas; abandonaron los linderos ideológicos y como en el tango de Enrique Santos Discépolo, “vivimos revolcaos en un merengue y en un mismo lodo todos manoseaos”.
La política se convirtió en una empresa comercial. Los Cresos hacen lo que en gana les venga porque los comicios los pierde quien carezca de un desbordado circulante. Escribió Curzio Malaparte que “en política, si uno tiene la suerte de nacer con cuatro patas, llega a donde quiere”. Es decir, hay que abatirse ante las chequeras, convertirse en cuadrúpedo servil de los que amontonan ese dinero que tanto se necesita en las entretelas electorales. Para qué filosofías, para qué doctrinas. El vil metal pone y quita, son decisorios los empresarios que montan carteles excluyentes, son los compadrazgos y los secretos anclajes en el poder, los que deciden la suerte de una contienda comicial.
En la política no se defienden ideales sino intereses. Estorban los profetas, sobran los conferencistas. Estamos en un mundo hedonístico, entregados a los goces materiales, poco importa la salud del alma. Con gracia poética, lo dijo Fernando Pessoa: “¡No me vengáis con estéticas!/ ¡No me habléis de moral!/ ¡Llevaos de aquí la metafísica!”. Que “ahorquen esa filosofía”, gritó Romeo en la tragedia de Shaskespeare. Bismarck cierra este comentario: “Nunca he vivido de acuerdo con preceptos. Cuando se trata de obrar, nunca se me ha ocurrido decirme: vamos a ver ¿según qué precepto vas a obrar ahora? He metido el hombro y he hecho lo que me parecía conveniente. Se me ha reprochado, a menudo, la carencia de principios. Pero es que caminar por la vida con principios viene a ser algo así como meterse por un estrecho atajo del bosque con un larga vara entre los dientes”.
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