Un siglo después de haberse iniciado la primera guerra mundial, parecería que no nos hemos movido mucho con relación a los motivos que la desataron en 1914, tal vez hayan cambiado los protagonistas pero como dice la historiadora Margaret Macmillan, profesora de Oxford y bisnieta de quien fue el primer ministro británico entre 1916 y 1922, hay varias concordancias entre las dos épocas: una mezcla similar de nacionalismos tóxicos, sentimientos extremistas y nacionalistas, hombres de negocios ocupados haciendo dinero y políticos jugando con el nacionalismo como lo hacían en el siglo pasado.
También el semanario británico ‘The economist’ en un artículo reciente titulado ‘Mirando atrás con miedo’ menciona que en el panorama de hoy ‘EE.UU. sería la Gran Bretaña de la época: una superpotencia menguante incapaz de garantizar la seguridad mundial, mientras que su principal socio comercial, China, ha tomado el papel de Alemania en esa época, una nueva potencia económica cargada de indignación nacional, que aumenta su poder militar a pasos agigantados. Japón sería la Francia del siglo pasado como una aliada de la potencia hegemónica en retirada y una potencia regional en decadencia, mientras que el nuevo Sarajevo podría estar en Pyongyang en Corea del Norte’. Como reflejo de una situación cada vez más violenta y compleja, los noticieros y titulares de prensa, salvo contadas excepciones están enfocados en la guerra ‘Israelíes y palestinos aprueban nuevo alto al fuego de 72 horas’, ‘En el hospital israelí más cercano a Gaza no se confiaban de la tregua’, ‘Obama dice que el conflicto en Irak no se resolverá en pocas semanas’, ‘Identifican 65 víctimas de avión malasio derribado en Ucrania’, ‘Israel sigue bombardeando Gaza’, ‘Kiev y Moscú se acusan de una invasión rusa de Ucrania’, ‘Polarización marca foro de víctimas del conflicto armado en Colombia".
Con este panorama que a veces se torna bastante desolador y parece llevarse cualquier esperanza de un mundo mejor, me gustaría recordar la frase de la Madre Teresa ‘No me inviten a una marcha en contra de la guerra, invítenme a una marcha a favor de la paz y seré la primera en asistir". Así que, en vez de hablar de guerra voy a traer algunas historias de paz, empezando por resaltar lo que hizo este diario en su edición del 15 de septiembre del año pasado, cuando contó las historias de un pandillero que pasó de liderar peleas a la salida del colegio y se convirtió en personero del Instituto Manizales, de la rectora de un colegio quien utilizando la palabra y el trato cariñoso acabó con las peleas diarias a la salida de las clases, de un mediador y consejero en Bosques del Norte, de un quinesiólogo defensor del juego limpio en todos los aspectos de la vida.
Una sociedad en paz debe ser capaz de construir nuevas historias desde las personas, las comunidades y las regiones. Mauricio Vargas en su columna de este domingo dice que el gobierno debe prever un escenario donde las Farc sigan adelante con su estela de sangre derramada por la extorsión y el secuestro, para que la paz no se quede en ‘una paz de papel, limitada a unos documentos vagos y volátiles, firmados en medio de la euforia, los abrazos, las palomitas blancas y las notas marciales del Himno Nacional’.
La paz no solo tiene que ver con acuerdos formales entre unos pocos, la paz tiene que ver con la justicia, con la equidad, con las oportunidades, con la aceptación, el perdón y por supuesto con el amor. No me refiero a las palomitas blancas y notas musicales, me refiero a la capacidad de reconocer y valorar al otro, que es diferente a mí, como un interlocutor legítimo; dejar de lado la necesidad de imponer desde el poder y la autoridad para entrar en un ejercicio de construcción con el otro, donde tanto sus ideas como las mías cuentan.
Tener paz en nuestra vida, en nuestra familia, en nuestra sociedad, en un planeta que cada vez está más fraccionado y polarizado, implica que cambiemos el lenguaje del poder, donde solo hay uno que tiene la razón, al lenguaje de la colaboración, donde todos estamos en condiciones de aportar; este es un ejercicio que requiere una reflexión y un cuestionamiento profundo de lo que hay, no solo en nuestra mente, sino en nuestro corazón y en nuestra alma.
Este es el legado más valioso que nos han dejado hombres excepcionales, el primero y más importante para mí, Jesucristo ‘La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo’ "Juan 14:27"; Mahatma Gandhi ‘no hay camino para la paz, la paz es el camino’; Isaac Newton ‘Los hombres construimos demasiados muros y no suficientes puentes’; Juan Pablo II ‘La paz exige cuatro condiciones esenciales: verdad, justicia, amor y libertad’; Nelson Mandela ‘Si quieres hacer la paz con tu enemigo tienes que trabajar con él. Entonces se convierte en tu compañero’. Más allá de las frases, el ejemplo y la coherencia de la que hablan estas historias de vida; tomemos a Mandela que después de estar injustamente en una cárcel llega a la Presidencia, no a hacer demostraciones de poder, sino de amor, a través de la búsqueda del perdón. Tenemos dos opciones ante la paz en Colombia y en el mundo, porque lo que pasa afuera de nuestro metro cuadrado también tiene que ver con nosotros, seguir leyendo y oyendo noticias desastrosas o empezar a construir pequeñas historias de paz en nuestra vida cotidiana, desde la aceptación, el perdón y el amor. No tenemos que esperar que se firme un acuerdo que no sabemos si va a tener efectos reales en nuestra sociedad, hay situaciones en nuestra vida diaria que están contribuyendo a generar más violencia y que podríamos cambiar, si realmente nos lo propusiéramos.
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