La facilidad de compartir información es un aspecto fundamental de las nuevas formas de expresión y comunicación. Las noticias, las imágenes, las historias ya no pasan por las manos de los editores, ni de los consejos de redacción, ahora cualquiera publica un contenido y en minutos se vuelve viral. Compartir una foto, una experiencia, una opinión resulta muy fácil; pueden movernos muchas emociones al hacerlo: la alegría, la indignación, la admiración, el odio. La racionalidad no siempre acompaña la publicación, tampoco una perspectiva de los efectos positivos o negativos que esa comunicación pueda generar.
En ese sentido, es fundamental pensar en la responsabilidad de los medios, las plataformas de las redes sociales y la de nosotros mismos como usuarios de ellas cuando compartimos una información. Es importante que medie algún tipo de juicio sobre los efectos que puede generar para las personas involucradas las opiniones, las perspectivas o los hechos que se están publicando.
Por ejemplo, el caso de la absurda determinación de la Fiscalía General de la Nación de imputar cargos a una persona por tomar una decisión personal que solo compete a su ámbito privado, la cual fue conocida por la Fiscalía mediante una interceptación ilegal de una llamada telefónica. La noticia produjo tanto morbo que los medios inmediatamente la reprodujeron, los ciudadanos políticamente activos nos indignamos en las redes sociales o en otros medios públicos, y algunos periodistas lo usaron de tema del día, perdiendo así todo el control sobre la posibilidad de salvaguardar la intimidad, la integridad y la dignidad de la persona que ya había sido víctima de la Fiscalía. Así, todos los que participamos del debate fuimos un poco culpables de haberle hecho eco a la situación, vulnerando, aún más, la intimidad y la integridad de la persona afectada; sirviendo, un poco, de idiotas útiles de la institución que difundió la noticia, sin tener muy claro cuál era su agenda.
No todos los casos sobre la información que se comunica a través de las plataformas públicas son tan claros como el anterior. En muchos de ellos existe una frontera muy difícil de establecer entre la salvaguardia de la dignidad humana y el mensaje poderoso que puede acompañar la publicación de una imagen o de un texto. La foto de Aylan Kurdi tendido en las playas griegas dio la vuelta al mundo, sin que muchos pensáramos en la idea de una censura para salvaguardar la dignidad del niño, de su padre o de su familia. Salvo por algunos medios ingleses que se abstuvieron de reproducirla, la imagen se volvió viral en cuestión de horas. El papá de Aylan entendió el mensaje que contenía la foto de su hijo y la interpretó como un símbolo para que el mundo prestara mayor atención a la situación de los refugiados, incluso pidió más reporteros para que le mostraran al mundo la destrucción de Siria.
Otro caso problemático de estas nuevas posibilidades de compartir información es cuando se denuncia con nombres o fotografías la comisión de delitos por parte de algunas personas sin que estén condenados por la justicia. Se señala gente, de manera irresponsable, sin tener datos confiables, sin saber de dónde proviene, ni qué la motiva.
Para todos los eventos, los hechos, los juicios de valor hay tantas interpretaciones como observadores, eso hace que sea muy difícil establecer una línea clara sobre cuando abstenerse de publicar o compartir una información que puede ser valiosa para la formación de opinión pero que vulnera la dignidad del ser humano. Tal vez, lo más importante, es tener claro que cuando se intervienen en una plataforma pública hay personas que pueden salir perjudicadas y que su integridad debe ser prioritaria.
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Qué bueno estuvo el Festival Internacional de Teatro, muy bien escogidas las obras, excelente el acompañamiento del público, Manizales vivió está fiesta con un entusiasmo especial.
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