La semana pasada dos actores políticos de orillas ideológicas opuestas protagonizaron un intercambio de argumentos en una red social. En una de estas cortas comunicaciones públicas el abogado Jaime Restrepo retó a un duelo al senador Manuel Cepeda, le propuso, además, que escogiera el arma. El pasado domingo, una persona señalada de pertenecer a un grupo neonazi fue expulsada del Foro Nacional de Víctimas.
El proceso de paz con las Farc y, particularmente, el tema de las víctimas parece estar sacando a flote un tema que no se había explorado a profundidad: las terribles marcas emocionales que ha dejado este conflicto tan largo y tan cruel. En este país son pocos los que no han sido víctimas de esta violencia absurda y desmesurada, habrá unos casos más graves, más fuertes, más emblemáticos, pero casi todos hemos sido tocados, en alguna forma y grado, por esta guerra.
La reconciliación es un requisito fundamental para alcanzar una paz duradera y estable. Pareciera que estamos muy lejos de poder sanar estas heridas, de aceptar que no hay víctimas justas, que se nos fue la mano en los medios y métodos, a todos, a los de izquierda, a los de derecha, al Estado y a los ciudadanos que volteamos la mirada para un lado, posiblemente para salvaguardar la vida, dejando que esto llegara tan lejos.
Pero si queremos un país mejor tenemos que hacer un proceso de duelo, no de esos que se hacía con armas, sino aquel de aceptar que nos hemos hecho mucho daño, que nada puede justificar el grado de violencia que hemos alcanzado y que tenemos que curarnos de eso para poder seguir adelante. Es mezquino seguir vulnerando a las víctimas, así mismo es peligroso no prestarles la contención, la atención y el cuidado necesario; ya hemos sido testigos de casos en los cuales las víctimas olvidadas se convierten en victimarias.
En momentos como este, en el cual se habla de una transición del conflicto hacia un escenario más pacífico, es probable que las razones y las causas por las cuales se desató la violencia o las inaceptables justificaciones de las violaciones a los Derechos Humanos y al Derecho Internacional Humanitario sean más prevalentes en los escenarios de discusión que los mismos actos violentos. Ahondar en estos temas, que en la mayoría de los casos están ligados a hechos históricos susceptibles de interpretaciones subjetivas, puede tomar un tiempo muy largo, incluso, más largo que la transición hacia la paz. Para alcanzar esa reconciliación real es fundamental que este proceso se realice con respeto y solidaridad por el dolor del otro.
Debemos hacer un duelo colectivo, donde la reparación y la reconciliación social se sustenten en el acto consciente, masivo y público de hacernos responsables de lo ocurrido, reconociendo que esta violencia desmedida la generamos todos como sociedad y que no queremos que nos vuelva a ocurrir. Así podremos construir un nuevo escenario democrático donde lo que prevalezca sea el respeto por los Derechos Humanos, incluido el derecho al debido proceso de los victimarios.
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