Samuel Johnson dijo que “El patriotismo es el último refugio del canalla”. Creería yo que, años más tarde, el célebre Óscar Wilde lo parafrasearía con su famosa afirmación “el patriotismo es la virtud de los depravados”. Los colombianos tenemos una forma bastante peculiar de construir nuestra identidad nacional y nuestro orgullo patrio. Resulta extraño tratar de entender por qué para muchos, Gabriel García Márquez era un apátrida por vivir en Méjico, porque hay quienes consideran que el hecho de fijar la residencia en otro país es causal de pérdida de la nacionalidad.
Da la impresión de que hemos cimentado mal nuestra identidad nacional. Los argentinos nunca han dicho que Cortázar o Borges no lo fueron por vivir y morir en Francia y en Suiza. Tampoco los norteamericanos han negado la nacionalidad de la gran Isadora Duncan por vivir más años en Europa que en su San Francisco natal, ni los suecos la de Greta Garbo por permanecer y nacionalizarse en Estados Unidos. Ese argumento de que Gabriel García Márquez no era colombiano demuestra que algo le está faltando a nuestra identidad como nación.
Nos sentimos orgullosos de tener dos océanos cuando todos los países continentales de aquí para arriba, salvo Honduras, Salvador y Belice, tienen acceso a los mismos. La identidad nacional no puede soportarse sobre maravillas geográficas, ambientales o arquitectónicas, pues cada país tiene cosas increíbles que mostrar, y en eso, no hay ninguno mejor que el otro, el juicio depende siempre del observador.
A los colombianos nos duele más que nos quiten un pedazo de mar, que ser el país con el mayor número de desplazados internos en el mundo, entre 4,9 y 5,9 millones de personas. Hemos construido nuestro amor patrio sobre accidentes, no sobre la necesidad de cuidar al otro con el que comparto el territorio, la ciudad, el pueblo, las costumbres y los gustos.
Tampoco puede fundamentarse la identidad nacional sobre el desarrollo profesional de esos colombianos que triunfan en el exterior. Ellos han hecho un gran esfuerzo para llegar a donde están o para alcanzar lo que han logrado, y sin lugar a dudas deben despertar toda nuestra admiración, pero no distinta a la que podría generarnos otra persona, de otro lugar del mundo que trabaja fuerte para conseguir sus metas o que tiene un talento especial que ha cultivado con cuidado. El amor patrio debe construirse sobre la base de los éxitos colectivos de las personas que componen esta Nación, cuando sus logros sean un producto de un trabajo mancomunado, entonces ahí sí podremos sacar pecho por el triunfo de todos.
Como la familia, uno no escoge el país donde le tocó vivir, sin embargo eso sí lo define como persona. En ese sentido, ese debería ser el único requisito para amar a la patria, el haber nacido en ella. Así pues, el nacionalismo debería ser como el amor filial, donde no solo se quieren a los hijos ilustres, a los más bonitos. La identidad nacional debe formarse sobre la base de amar a la patria por lo que es y en cuanto es, con sus cosas maravillosas, sus infortunios y la capacidad de sus habitantes para trabajar unidos y hacerla mejor.
Gabriel García Márquez es colombiano porque aquí nació, creció, se hizo escritor, pero sobre todo, porque nos descifró y describió como ningún otro, con nuestras grandezas y nuestras miserias. Con lo que, además, contribuyó a tener un país con muchos políticos que lo honran en beneficio propio o que lo condenan a la hoguera eterna.
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