Mucha gente, algunos que están a favor y los que lo quieren derruir, creen que un centro histórico es un conjunto de edificios que solo se pueden admirar desde fuera y ya. Por eso están convencidos que estas casas antiguas son un lastre para el buen futuro de las ciudades. Esta posición refleja un punto de vista muy elemental sobre la apreciación de un entorno, niega el valor del pasado y se queda atrapado en una visión en blanco y negro negándose a percibir los tonos intermedios de esa compleja problemática.

Los centros históricos están llamados a ser resignificados, por obvias razones. Los avances tecnológicos que influyen el comercio y ciertos hábitos de consumo; el entretenimiento cada vez más urgente; el crecimiento poblacional variando su eje en las edades, hace que las ciudades deban adaptarse a estos continuos, y muchas veces subrepticios, cambios. Cuando las ciudades cuentan con una planificación integral estos cambios son previstos, pero cuando los intereses de una comunidad se centran en otros temas, estos cambios se convierten en amenazas que desequilibran a las ciudades haciendo surgir inconformidad que se manifiesta en el aumento de la criminalidad, en primera instancia.

El Centro Histórico de Manizales ofrece hoy en día una utilidad comercial y político administrativa, y conserva mucha de su razón de ser original, a pesar de que ya no sea residencial. Sin embargo, el uso que se le da hoy en día, no es lo suficientemente dinámico para justificar su existencia en su totalidad. Razones como la escasez del suelo en nuestra ciudad de montaña son argumentos que tienen una relativa validez. Hemos planteado la utilidad turística recalcando que ninguna ciudad en la región, a excepción de Salamina, tiene un conjunto arquitectónico del tamaño y valor del que conservamos en Manizales. En ese conjunto de casas viejas hay una ventaja competitiva ante muchos otros destinos turísticos. (Creo que el Quindío temblará de angustia cuando Caldas y Manizales salgan de su letargo y se pongan a vender en forma sus sobresalientes atractivos). Pero estas casas deben ser articuladas en una dinámica mayor. La fachada bella sirve, siempre y cuando, suceda algo detrás de ella; solo así ese turismo es rentable para la ciudad creando empleo.

Aclararé mi punto de vista con un ejemplo reciente y que todos pueden verificar. En la torre del reloj, la que queda al lado izquierdo del atrio de la Catedral, se montó un café. El Café Tazzioli, nombre sonoro de uno de los ingenieros que formaron parte del equipo italiano que construyó nuestro gran emblema cívico-religioso. ¿Quién fuera a creer que en un segundo piso, al cual se debe llegar usando un ascensor, hubiese tanta concurrencia de forasteros como de residentes, que estuviera lleno el lugar y se vieran colas de gente esperando el turno para lograr una mesa? Ahora el local; ¡quién creyese que dentro de la Catedral fuese exitosa una cafetería! Una iniciativa empezada por Juan Pablo Jaramillo con muy poco dinero, pero con el beneplácito de una curia urgida de innovar, creció y le está mostrando a la ciudad un edificio emblemático desde otro ángulo.

Hay otra propuesta más ambiciosa sobre el escritorio del Alcalde de la ciudad, elaborada por la Asociación Cívica Centro Histórico de Manizales que alienta Jorge Alberto Jaramillo Vargas, que propone darle un nuevo uso al pasaje de la Gobernación, la Plaza Bolívar y los jardines laterales de la Catedral. Se trata de poner cafés, restaurantes, ventas de suvenires en ese sector, transformando el uso pasivo de esta parte del Centro Histórico. Sería demostrar que el deterioro y lumpenización de nuestro Centro Histórico se puede contrarrestar ocupando los espacios con miras de darle lustre al entorno.

Vemos como surge una nueva y proactiva actitud acerca del futuro de esta joya cultural que estamos en obligación de pasar intacta a nuestros descendientes si queremos no ser menos que nuestros abnegados antepasados, que después de un feroz incendio refundaron la ciudad hace ochenta años.