Apreciado Dr. Alberto Escovar Wilson-White, director de Patrimonio del Ministerio de Cultura, recibí su extensa carta en la cual me pide rectifique varias aseveraciones hechas en mi columna Patrimonio en peligro, publicada principio de mes. Sería para mí una satisfacción poder complacerlo, pero no veo en su escrito argumento válido para dar ese paso, ya que lo expresado por mí perfectamente representa el criterio y opinión que nos hemos formado muchos ciudadanos interesados en el patrimonio cultural, especialmente en su conservación. Nunca he negado que el Ministerio de Cultura está en el proceso, muy demorado de por sí, de invertir una buena cifra de dinero en Caldas, pero a la vez debo recordarle que estas inversiones se vienen haciendo a raíz de órdenes de juzgados que obligan al Estado a atender el patrimonio en peligro y no surgen de una planificación. Son acciones populares y órdenes de cumplimiento las que hacen mover a su institución y créame que eso causa desasosiego en la comunidad. Y cuando sus funcionarios o contratistas se asoman a nuestro terruño a cumplir con una presunta sociabilización, pues se hacen las reuniones y ellos toman las fotos de los asistentes, pero la expectativa de los ciudadanos está, como mucho inmueble, deteriorada. Ustedes se han convertido en expertos en aplanar las esperanzas de la gente, ustedes acuden, las más de las veces, tarde. Manizales tiene una casuística muy peculiar que tal vez usted ignore y resulta que el Teatro Olimpia, una edificación emblemática y seguramente la más querida por la ciudadanía, fue demolida y pocos meses después llegaron los documentos que la declaraban monumento nacional. Aplica el sarcástico proverbio: un éxito la operación, más murió el paciente. Hay un miedo en Manizales que pesa.
En mi muy corta experiencia como defensor del patrimonio arquitectónico, actividad que he realizado como editor, escritor, investigador, historiador, y conferencista puedo concluir que el gran enemigo del patrimonio arquitectónico es el mismo Estado ya sea a nivel nacional, departamental o municipal. Es una triste realidad que me induce a actuar con más resolución. La legislación es cada vez más compleja y los resultados más difíciles y demorados; fuera que la voluntad política es materia demasiado esquiva. Temas que se deben resolver versarían sobre la disyunción entre dueño y patrimonio público, que no está resuelta, y pesa negativamente sobre los inmuebles; o acerca de las alcaldías que les faltan herramientas jurídicas para intervenir ciertos inmuebles que los dueños dañan para acelerar su ruina y forzar la anhelada demolición, y así hay una larga lista de propuestas.
Referente a sus señalamientos acerca de la Capilla de las Mercedes de Salamina, le pido dos cosas que conducirían a aclarar nuestra discusión: venga y entérese del estado de las cosas y antes de venir estudie los documentos que se le enviaron y sustentan mis quejas. Le hago esta solicitud con el afán de avanzar y no continuar con el desgaste del prestigio del Ministerio de Cultura y recuperar la fe en el “ente rector en materia en la política para la protección y conservación del patrimonio cultural”, de parte de la inconforme y desilusionada comunidad. El Estado tiene metafísicamente la misión de hacer feliz al ciudadano, vuelva realidad ese axioma, venga, empápese de lo que estamos haciendo en Caldas, especialmente en Manizales, así como se lo traté de exponer una vez en su oficina, y se dará cuenta que hay una ciudadanía interesada en aportar de muchas formas para que las cosas se hagan y no solo se cumplan al estilo centralista, me explico: se dispone en la capital del país y lo que se ejecuta acá es otra cosa. Manizales tiene un patrimonio arquitectónico de gran importancia y seguramente de una mayor implicación económica si se logra articularlo con el turismo. Lo que se ha hecho es mucho, pero usted sabe que la mayoría de las iniciativas requieren del visto bueno de Bogotá, y nadie negará que con el apoyo de su Ministerio mucho se podría avanzar y colocaríamos el tema del patrimonio en riesgo en términos proactivos y no reaccionarios en una correspondencia saturada de señalamientos mutuos, como viene sucediendo en las últimas décadas. Por su interés le agradezco.
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