Caldas vivirá en octubre las primeras elecciones en 24 años en las que no operará el juego de las coaliciones al que nos acostumbraron barquistas, yepistas y su contraparte nacida en Pensilvania y Manizales. Justo después de que Julián Gutiérrez, en las atípicas de 2013, ganó por fin la Gobernación para la contraparte del barcoyepismo, el panorama cambiará por cuenta de Álvaro Uribe y su partido. Las alianzas serán otras, como ya lo vimos en las presidenciales cuando Ómar Yepes y Óscar Iván Zuluaga terminaron estrechándose las manos.
No solo el factor Uribe es decisivo para entender por qué el barcoyepismo no halló en sus herederos la posibilidad de mantenerse unido y de sostenerse en el poder. Hay factores que, de entrada, ganan peso: más competidores, desgaste por tanto escándalo (aunque esto puede ser dudoso), se volvieron, sin querer del todo, opositores en Caldas de quienes se alinearon con Uribe en ambos periodos. Hoy quiero resaltar, sin embargo, otro factor determinante: los herederos, simple y llanamente, no eran ni Barco ni Yepes. Dirá alguien que son los mismos con las mismas. Sí, pero no. Es necesario responder, por ejemplo: ¿por qué los encargados de mantener el legado nunca alcanzaron los votos de su ascendencia política?
Muerto Barco, que llegó a tener el 26% de la votación válida para Senado en Caldas (uno de cada cuatro votos), Adriana Franco apenas si logró el 5%. Mario Castaño, que apenas va en Cámara, solo alcanzó el 8%.
Ido Yepes, que en el 90 sumó el 34% de los votos válidos del departamento (uno de cada tres), su hermano Arturo en 2010 obtuvo el 10% y en 2014, para Cámara, poco más del 6%. En 1994 había llegado al 13%.
No son los mismos a pesar de que vengan con las mismas (algo que también me parece discutible, pero es parte de otro debate). La respuesta es evidente: remplazar a personajes como Barco y Yepes, que, muy al pesar de mucha gente, han sido queridos por tanto tiempo, es imposible. Hay que escuchar las historias de cómo el cacique liberal llegaba en sus mejores épocas a las plazas de los pueblos a recibir, una a una, las peticiones de sus seguidores, para luego comprometerse con gestiones que solía cumplir. La gente agradecida perdió la confianza cuando se percató de que a los encargados de sucederlo (que no fue solo Franco) les importaba más pavonearse en sus camionetas que sentarse a escuchar a quienes les ponían los votos. Tampoco ayudó el nuevo tonito, más matón e impositivo que de costumbre.
A Yepes se le voltearon con frecuencia: desde Rodrigo Marín, que en sus primeros pinos llegó al Congreso de la mano de aquel, pasando por Guillermo Ocampo y su hermano Arturo. Y aunque le queda algo de base -producto del mito de ese senador que difícilmente fallaba y cuyos enredos eran solo infamias de sus contrincantes- nadie garantiza la continuidad de un emporio sin un heredero de peso.
De los competidores ya habrá tiempo para hablar. Lo que queda claro es que el carisma, en estos dos casos, no fue hereditario.
Aparte. Esta columna vivirá una pausa más prolongada que los 15 días habituales. Obligaciones de estudio y trabajo así me lo exigen. Gracias a quienes se han arriesgado a leerla hasta ahora. Chau.
El uso de este sitio web implica la aceptación de los Términos y Condiciones y Políticas de privacidad de LA PATRIA S.A.
Todos los Derechos Reservados D.R.A. Prohibida su reproducción total o parcial, así como su traducción a cualquier idioma sin la autorización escrita de su titular. Reproduction in whole or in part, or translation without written permission is prohibited. All rights reserved 2015