Mandar al infierno a Gabriel García Márquez -como lo hizo la congresista uribista María Fernanda Cabal- porque mantuvo una amistad con Fidel Castro y se refugió en México por décadas debería tenernos sin cuidado. Hay gente de izquierda que, a su vez, tilda a Vargas Llosa de facho... y así vamos, de extremo a extremo, incapaces de comprender que la importancia de un escritor se halla, ¡oh complejidad!, en lo que ha escrito, no en su biografía.
De todas formas uno tantea -leyendo algo aquí, oyendo algo allá- que pervive una costumbre, esa sí muy fea, de insultar el nombre del escritor colombiano por su falta de preocupación por su terruño: Aracataca (Magdalena). Y por preocupación léase gestión de obras e inversiones. Bien criticó un comentarista radial que hay quienes pretendieron que el Nobel, por el hecho de serlo, actuara cual secretario de Planeación municipal, pidiendo e impulsando carreteras y acueductos para ayudar a esa "tierra que lo vio nacer". Un rol que, simplemente, no le correspondía.
Pero no crean: todo es más complejo. No es un caso aislado. La historia demuestra que en Colombia la presencia del Estado, particularmente en la periferia, ha sido tan débil (hay análisis serios que consideran que aún está en construcción) que los partidos políticos, particularmente quienes militan en ellos, han cumplido con la labor de proveedores de servicios públicos. Se ha llegado a un punto en que la ciudadanía los confunde con el Estado mismo. Aquí a los políticos, con un acento particular en comparación con otros países, los concebimos, y ellos se conciben, como tramitadores de auxilios. También ocurre con los servidores públicos y, en general, con quien ostenta alguna posición burocrática de mediana importancia, así como con personajes públicos amigos de... (En Caldas, por ejemplo, de las primeras preguntas que le hicimos a la embajadora en China, la riosuceña Carmenza Jaramillo, cuando la nombraron, fue si desde ese cargo podría gestionar para el departamento). Al que no ayude o tramite o gestione se le mira como a aquel levantado que se olvidó de los pobres.
Tiene mucho sentido que García Márquez haya terminado en este salpicón, pues se le termina asimilando como alguien que puede cumplir la labor que haría cualquier otro político. Si de pedirle gestión se trata no sirve, entonces, que haya creado un par de fundaciones que hoy son referente mundial: una para promover el buen periodismo y otra para formar cineastas con una mirada alternativa a la anglosajona. Seguramente quienes insisten en que también debió haberse ocupado de otros menesteres, o desconocen la grandeza de su prosa o están llenos de un nacionalismo cuyo único logro es cegar a quien lo pregona. Una ceguera que molesta porque se niega a ver lo que hasta un ciego podría: el poder de lo simbólico.
Pd. Sí fue político. Pero la posibilidad de entender la labor que cumplió como tal de nuevo está velada para quienes solo ven en la política lo mismo que nuestros dirigentes tradicionales.
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