Era el 6 de agosto de 1945; desde el amanecer se escuchaban los rugidos de los aviones de guerra sobre Japón; la gente corría despavorida buscando un escondite seguro; gritos, sirenas, desespero era el panorama general.
A las 8:15 de la mañana uno de los aviones dejó caer un artefacto que resultó ser la primera bomba atómica arrojada sobre un terreno poblado: sobre la ciudad japonesa de Hiroshima se lanzó aquel fatídico artefacto que al estallar produjo una imagen de nunca borrarse: un gigantesco hongo de humo que parecía una cabeza de muerte y casi de inmediato la suma de 140 mil muertos junto a miles de heridos con quemaduras para siempre.
La guerra había dado así un rugido fatal y de muerte; días después algo similar sucedió sobre otra población japonesa: Nagasaki; era el terror maldito de la guerra, el idioma de las divisiones sin acercamientos de equilibrio. La locura de los combates que llevan a exageraciones de horror y muerte.
Unos dicen que el piloto que guiaba el avión que lanzó la primera bomba atómica sobre la tierra enloqueció años después como eco de la jornada cumplida; otros hablan de un suicidio posterior del consabido piloto de guerra; otros anotan que entró en una gran depresión pero que encontró en la conversión arrepentida un sendero para seguir y que se hizo sacerdote Jesuíta para orar por las víctimas de una acción destructora en un ambiente de consciencia muerta.
Es un recuerdo de los negativos momentos de la humanidad por el atrevimiento de lo hecho y la cantidad de muertes con consecuencias físicas, mentales, emocionales y materiales; fue una herida a la humanidad, un espejo donde podemos ver hasta dónde llega el fanatismo de cualquier tipo con falta de diálogo, apertura, perdón y reconciliación.
Un espejo para nuestra Patria que avanza en los diálogos de paz que ojalá sean posibles porque traerán un futuro mejor y nuestros niños y jóvenes podrán gozar de mejores oportunidades en especial de la ocasión para poder vivir haciendo el bien.
Las bombas que aquí y allí explotan casi semanalmente y destruyen vidas humanas, edificaciones, ilusiones, proyectos, son eco de aquella gran bomba atómica destructora y vil.
La violencia vence pero no convence; su idioma es molesto y paraliza a quienes lo padecen; hay personas cuya presencia es tan temida como la de los aviones lanza bombas; donde llegan entra el miedo, la inseguridad, el dolor, la muerte.
Cada uno de nosotros puede comenzar por su casa, oficina, círculo vital para expresar signos de paz, espera y serenidad como luces constructivas y que llenan de esperanza la vida; es edificar el corazón de paz.
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