No me refiero a uno de los turistas que ahora visitan Cartagena de Indias, la bella tierra colombiana de playa, brisa y mar; hago referencia a un hombre que murió el 9 de septiembre de 1654 dejando en las hermosas playas cartageneras huellas de amor, solidaridad y presencia benéfica.
Pedro Claver nació en Verdú (España) en 1580; joven de inquietudes sociales estudió en su tierra natal y luego en Barcelona con el fin de prestar un servicio de bien a los demás; pero un día su corazón y mente se amplió hacia la geografía del mundo y quiso venir al nuevo mundo no a conquistar adeptos al reino español, tampoco a obtener oro y riquezas, sino a servir a la extensión del Reino de Dios.
En plena madurez humana, a los treinta años parte para la Nueva Granada pero unido a la Compañía de Jesús, orientado como estaba por los deseos de Cristo Jesús para empapar de amor el mundo entero; quiso venir a sembrar semillas de este amor a este nuevo continente.
Después de largo recorrido por Bogotá, Honda, Calamar, por caminos, ríos, caballo y mula llegó a Cartagena donde se estableció hasta su muerte; allí se ordenó sacerdote de la Compañía de Jesús el 19 de marzo de 1616.
Hizo del convento Jesuita en Cartagena una tolda de misericordia y asistencia hacia los más necesitados; en la playa se le veía con frecuencia esperando los barcos cargueros que traían cantidad de hombres y mujeres sobre todo de África y que eran vendidos como esclavos, maltratados y olvidados en su vejez o enfermedad.
Pero se hizo frecuente la presencia de Pedro y su grupo de religiosos y laicos que formaban un equipo de trabajo amoroso y pastoral; tan pronto llegaba un barco ellos lo abordaban y sacaban a los más enfermos, casi agónicos muchos de ellos, azotados por inclementes marinos y casi en huesos debido al hambre de la travesía.
Allí estaba en la playa dejando huellas de amor Pedro Claver y su equipo de bondad; llevaban a los más enfermos al convento y con medicinas de la época, alimentación adecuada, cariño y alegría contribuían al asomo de la esperanza en aquellos esclavos, mercancía de la ignominia.
Muchos llegaban tan mal que pronto morían en medio de fuertes fiebres; alguna vez se escuchó de algún decir jadeante pero sereno: muero pero sabiendo que le intereso a alguien, que alguien me ama; era una bella sinfonía para los oídos de Pedro y su equipo creyente en Jesús.
Por lo anterior se designó el nueve de septiembre, memoria de la muerte de Pedro, como el día nacional de los Derechos Humanos, para que estemos atentos al reconocimiento del valor de cada vida humana.
Entre los apuntes de Claver se encontró una hoja firmada con su propia sangre el día de su ordenación: "Pedro Claver, esclavo de los esclavos". Vida heroica que nos reta a dejar huellas de amor.
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