"Agarrón entre congresistas" fue el titular que utilizaron varios medios de comunicación para dar cuenta de mi discusión con dos congresistas del partido político conocido como Centro Democrático, cuando les pregunté por su silencio frente a las muertes de jóvenes a manos de integrantes del Ejército, mal llamados "falsos positivos", ocurridos especialmente durante el gobierno de su jefe, el hoy senador Álvaro Uribe Vélez.
Mi reclamo iba igualmente dirigido a la complicidad mostrada frente a las persistentes denuncias sobre jóvenes ajusticiados y desaparecidos durante la macabra Operación Orión, llevada a cabo en octubre de 2002 en las comunas orientales de Medellín, bajo el comando del hoy exgeneral Mario Montoya, acusado de las muertes de jóvenes, quien tuvo que abandonar su cómoda condición de embajador de Colombia en República Dominicana para responder ante la justicia por la acusación de haber intervenido en operaciones del Ejército en las cuales se violaron los Derechos Humanos, en especial de jóvenes pobres y excluidos, casos que hoy permanecen en total impunidad.
Hoy ante el país y la comunidad internacional se inicia la tarea de buscar entre toneladas de basura, en la zona de Medellín conocida como La Escombrera, los restos de muchos de estos jóvenes. Se dice que estamos frente a una de las fosas comunes más grandes del territorio nacional. Fosa que se alimentó bajo los ojos de los gobernantes locales de turno y la mirada complaciente de un presidente de "corazón grande" cuya primera referencia cuando se habló de la desaparición de los jóvenes, denunciada por sus madres, en la población de Soacha, fue: "De seguro, esos muchachos no andaban recogiendo café".
Ese fue mi reclamo frente a las seguidoras de su jefe político. Se me acusó de estar mintiendo, de ser una persona que odia a su jefe, de ser injusta con mis presuntas acusaciones que, dicho sea de paso, nunca han sido desmentidas, y finalmente se me invitó a militar en la política del amor como la salida y la posibilidad de promover la reconciliación.
Al escucharlas reconocí que están haciendo un llamado sensato, necesario para un país donde la violencia ha permeado nuestras interacciones en los ámbitos más privados, que permean el mundo político y nos han conducido -lamentablemente- a terminar justificando la violencia en sus múltiples expresiones.
Sin embargo, basta revisar cómo su jefe Álvaro Uribe ha ejercido su tarea política para darse una cuenta que él sería el mejor alumno de la recomendación que me hicieron sus fervientes seguidoras. Y, confieso, no pude evitar recordar algunas de sus más famosas expresiones:
"Estoy muy berraco con usted y ojalá me graben esta llamada. Y si lo veo le voy a dar en la cara, marica".
"Sea varón y quédese a discutir de frente, porque usted, a veces, insulta en la distancia".
"Pregúntenme lo quiera que hoy estoy cargado de tigre".
"Les pido a los congresistas que nos han apoyado, que mientras no estén en la cárcel, voten los proyectos del Gobierno".
"Muchos de ellos del M19 incendiaron el Palacio de Justicia con dineros de la mafia... recibieron indultos, se quitaron el camuflado y ahora son terroristas vestidos de civil". Con esta afirmación se refería especialmente a Gustavo Petro y Antonio Navarro quienes habían hecho su tránsito de los fusiles a los votos, para defender sus ideas.
Hoy reconozco que si se van a cambiar las armas por los votos, si vamos a hacer la política en medio de la diferencia, vamos a lograr pasar de exterminar al otro a confrontarlo en medio del conflicto, el cual debemos aprender a resolver sin matarnos, ni material, ni simbólicamente.
La invitación entonces a las colegas del Centro Democrático es que así como puedo aceptar su recomendación de promover la convivencia y el debate sereno, el primer "buen muchacho" que debería acoger su receta es su jefe, el hoy senador Álvaro Uribe Vélez.
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