Del ejercicio de la medicina sin limitaciones durante milenios, se ha pasado a la especializada en los dos últimos siglos. El cambio ha sido paulatino, hasta llegar al estado actual.
Del médico general altamente competente que se enfrentaba a todas las consultas y procedimientos de los pacientes que llegaban a sus consultorios, clínicas o durante los trabajos de campo con énfasis epidemiológico, se ha llegado a un profesional que encuentra dificultades para lograr su cometido como médico general, de acuerdo a las exigencias del enfermo, sus allegados y las instituciones en medio de un ambiente cada día más hostil.
Nunca el médico ha tenido un escenario exento de problemas para su libre ejercicio, ya por razones propias de su personalidad, de sus conocimientos teóricos, de las destrezas, de las entidades en donde labora, de las personas cercanas a los pacientes, del personal de salud que lo asiste o al que le remite su paciente, de la sociedad que lo rodea, y así podrían enumerarse otras causas que influyen en su labor.
El concepto de médico es integral y en la medida que se conserve será fundamental para su misión, que no es otra cosa que el bien de los demás en un componente asociado ineludiblemente al paciente como eje central, de toda acción u omisión, traduciéndose esta última en un mandato inexorable que indica que ante todo no se debe hacer daño.
Afortunadamente se ha definido que salud no es solo la ausencia de enfermedad. Parece contradictoria la afirmación validada en toda la tierra, pero implica al menos una concepción más real en donde lo antropológico, lo social y lo filosófico intervienen directamente en el ser humano.
Ante la necesidad de médicos con conocimientos más profundos y una práctica más intensa con relación a las funciones de los seres humanos, aparecieron las cuatro especialidades básicas: cirugía, que de alguna manera inició la restricción de la parte quirúrgica de los facultativos; la medicina interna que como un todo fue desplazando al médico general; la obstetricia y la pediatría hicieron lo suyo en esas áreas.
De una manera inicialmente ordenada, y luego sin una secuencia lógica, dada por las necesidades del imperio de una medicina fragmentada fueron apareciendo decenas y decenas de especialidades, basadas en las funciones propias del ser humano, de sus lesiones y de sus esperanzas. Se fueron consolidando los estudios de postgrado, que también incluyen muchas áreas de la administración y la investigación.
Las supraespecialidades comenzaron su ciclo, y hoy llegan a bastantes en todas las partes en donde haya estudios avanzados, fraccionando aún más el concepto de integralidad, con sus condiciones a favor o en contra. No es el tiempo ni el lugar para expresar de nuevo criterios sobre las maestrías y doctorados en varias áreas de las ciencias para la salud.
Con motivo del proyecto de ley para regular la especialidad de la cirugía plástica, aparece de nuevo una problemática que el país debe definir con exactitud y rápidamente: las especialidades médicas. Las diferentes Escuelas de Medicina deben adoptar sus propias decisiones sobre el médico que quieren formar, tanto el general como el especialista, pero es ineludible contar con un médico general completo en conocimientos, práctica y ética. No lo deben hacer para los gobiernos de turno ni deben someterse a limitaciones coyunturales que imponen los ministerios.
El médico general no puede formarse al amparo de las decisiones gremiales de los especialistas, porque hay evidencias de sesgos en sus planteamientos que deforman la cualidad del médico que requiere la sociedad colombiana. Tampoco los especialistas deben impedir formar a los nuevos en las Escuelas de Medicina.
De todas maneras es exigible la pericia, la prudencia y la diligencia en cualquier médico: general, especialista, maestro o doctorado. El Estado debe reglamentar de inmediato las especialidades sin que el médico general pierda su importante ámbito de ejercicio profesional bajo las premisas éticas.
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