Dijo el rey del zoológico: Los que tengan la boca más grande serán enviados al exterior porque el alimento escasea. El hipopótamo a similitud del viejo cuento, expresa: "pubricitu cucudrilu". ¡Por fortuna no se acordó del rinoceronte! Dos conclusiones emergen: La demostración de engañosa compasión y la falta de autocrítica. Hace unas semanas esta columna se refirió a que la boca de algunos dirigentes era más grande que su cerebro. Un lector llamó al autor de la anotación y protestó por la comparación insulsa y grosera. La respuesta fue: Lo escrito, escrito está, añadiendo que lo invitaba a un análisis sereno sobre lo que estaba sucediendo.
Para qué explicaciones y ejemplos que son una vergüenza para la sociedad y la vida departamental, e inclusive a nivel nacional cuando como fanáticos rutilantes, estrellas de la vida seccional y colombiana asumen posiciones contradictorias o falsas una y otra vez, para complacencia de los medios de comunicación y muchos usuarios de ellos, pero para otros un verdadero sufrimiento que conduce a asquearse de lo que se repite y repite sin más límites que el tiempo de horas enteras, patrocinadas por quienes son esclavos de la publicidad. Tiempo que se debería dedicar a otras programaciones y usos más adecuados de los espacios auditivos, visuales o impresos.
Pudo haber sido una exageración, para puristas y alejados de lo que sucede alrededor, el llamado sobre las bocazazas. Sin embargo, la sensación que dejan quienes por sus peroratas reiteradas y sobre temas disímiles son un verdadero suplicio cuando no se encuentran las relaciones entre lo que se dice y la realidad observada de una manera analítica. Y eso que la verdad para unos puede ser falsedad para otros.
El pasado 2 de mayo, la revista Nature publicó una nota sobre una investigación hecha en la universidad de Lund en Suecia, que indica que no siempre las personas saben lo que están diciendo. El artículo referente al experimento ha sido aceptado por Psychological Science para ser divulgado.
Expresa la nota que las personas cuando hablan no tienen toda la conciencia de lo que dicen y solo después reflexionan acerca de lo que han pronunciado. Es evidente que ello se refiere a las improvisaciones, porque si ello también se extiende a lo que se escribe, es mejor no hacer caso a nadie y el epílogo lógico sería no oír ni leer a nadie, lo que es un absurdo en la vida de relación de los humanos.
Pero lo que acaba de ser evidenciado por pruebas realizadas en personas es el respaldo a la opinión de otros que identifican muchas voces, y a veces escritas también, de sandeces en personas que no deberán haberlas expresado. Ello en el mejor de los casos, pero cuando alguien encumbrado en las manoseadas escalas sociales, políticas, laborales, académicas o financieras, dice una idea o afirma algo, pero que en realidad no era lo que quería expresar, cuando lo confrontan con las palabras originales acontece el desastre, pues no puede explicar racionalmente las diferencias y, lo que es peor, no acepta la responsabilidad sobre las divergencias.
Cuando se trata de esclarecer lo que no tiene explicación sobrevienen otras inquietudes que hacen más sombría la verdadera intención de quien pronunció el malhadado discurso, declaración u opinión, ya sea breve o extensa.
Ahora bien, el ciudadano desprevenido, ese que es un ser pasivo en el proceso electoral y sus intereses, a diferencia de otros, se halla en el camino de escoger al mejor candidato para ser presidente de Colombia, se encuentra con una avalancha de palabras y frases expresadas por casi todos los aspirantes que lo desconciertan y, muchos piensan para su interior como él, llegando hasta a dudar intensamente de quien sería la mejor opción para el país.
Aparecen por arte de magia y de magos con el mejor estilo de los grandes, tres frases lapidarias, impropias e injustas: Que entre el diablo y escoja; el menos malo de todos y es mejor malo conocido que…. Lamentable el fin del hipopótamo.
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