El anuncio no pudo ser más demoledor. Finalizaban casi seis siglos de tradición cuando Benedicto XVI, expresó el 13 de febrero de 2013 que dejaría el pontificado el 28 del mismo mes, el cual se había iniciado en 2008. Concluía así la vida pública de quien fuera el cardenal Joseph Aloisius Ratzinger.

Inmensa fue la sorpresa cuando el 13 de marzo de 2013, el Sacro Colegio de cardenales eligió al argentino Jorge Mario Bergoglio, conocido hoy como el papa Francisco. Quedaban por fuera candidatos papables como el conocido cardenal canadiense Marc Ouellet, recordado en Manizales por su vinculación con el Seminario Mayor.

Muchos fueron los comentarios sobre el primer papa americano, en las tierras andinas cuando se conoció la noticia y se vio en su primera aparición en la Plaza de San Pedro. Notas de toda clase abundaron en los medios masivos de comunicación e inclusive en tertulias de carácter poco cristiano, abusaron de la nueva por la nacionalidad del papa, que lindaban en el ultraje.

Casi de inmediato hubo una avalancha de conceptos favorables por lo que hacía y decía, comenzando por el nombre escogido de Francisco.

Sus juicios y procederes siguientes fueron moldeando la imagen de lo que sería su papado. Lo han controvertido, pero ha tenido a su favor centenas de millones de fieles que querían un papa más cercano. Su preparación como jesuita y su vida como prelado, lo han ayudado a ubicarse muy cerca realmente de su pueblo católico y de otros que ven en él a un líder distinto.

Apareció una extensa entrevista, calificada como extraordinaria, realizada por la experta en asuntos del Vaticano Valentina Alazraki, a través de Televisa, México, sintetizada en L´Espresso y replicada el pasado 14 de marzo en el L´Observatore Romano.

Al hablar de su elección como papa, relata que asistió al cónclave como uno cualquiera de los cardenales y que era tanta su seguridad de no ser elegido papa, que llevó a Roma una maleta pequeña. No era de los considerados papables y ocupaba entre algunas encuestas con fines de apuesta un lugar que oscilaba entre el 42 al 46.

El papa Francisco con el desparpajo que lo caracteriza cuenta detalles de las votaciones y de su elección, al interior de capilla Sixtina. Narra lo que fue sucediendo a lo largo de las mañanas y tardes, sin que su nombre estuviera como un candidato, hasta que comenzaron, durante el almuerzo del último día, a hacerle preguntas sobre su salud, y otras de carácter personal, extrañándose por los indicios, pero sin una revelación definida.

Esa misma tarde, el hecho fue contundente. Y luego afirma que su pontificado será corto, y aunque expresa varias posibilidades, lo circunscribe a estar entre dos y cinco años en la Cátedra de Roma, y dice además que acaban de pasar dos. Según su manera de ser, un papa distinto, comenta que Dios lo puso para algo corto, duda, pero como en toda la sencillez demostrada por él, expresa que es un sentimiento y deja abierta la posibilidad de un ciclo breve bajo el pontificado de Francisco.

Entiende el papa que la posibilidad de ser emérito, como su antecesor, es hoy algo tangible. Recuerda que hace 70 años no había obispos eméritos, pero actualmente existen 1.400. No pone una edad determinada de retiro, pero comprende que luego de 75 años la responsabilidad de la iglesia particular debe dejarse de lado.

Un personaje con la calidad y aceptación enormes del papa Francisco, con poder terrenal omnímodo y perdurable en el tiempo de su existencia, que piensa en su retiro, indica una madurez absoluta y es un convencido de sus posibilidades y limitaciones al frente de la gran tarea encomendada y aceptada.

¿Por qué el ejemplo no cunde entre otros que se creen imprescindibles? La comprensión y la franqueza del papa Francisco señalan caminos más humanos y de mayor aceptación entre aquellos que tienen el poder de lo terrenal.