Seamos honestos y francos: le hemos perdido un poco el paso a los verdaderos problemas de Venezuela. Los recientes intentos de Nicolás Maduro por acomodar la situación a su favor son paliativos mediáticos y políticos que no solucionan el creciente problema del país vecino.
Todavía se mantiene la violencia, la libertad de prensa es violentada de cuando en vez sin reproche, la industria decrece y los derechos políticos son cosa del pasado en una nación sumida ahora en una paz purgada por la tensión.
Hay que saludar los nuevos intentos de diálogo, sin entrar en discusiones, pero la esencia de las cosas no cambia. El chavismo está llevando a la borda y a la quiebra una nación sin siquiera permitir un compás de espera para que otras ideas broten y ayuden a combatir los problemas, tal fue el caso del día en el que le fue impedida la entrada a la diputada María Corina Machado a la Asamblea Nacional de Venezuela.
Y es que el gobierno venezolano se dedica a dos cosas básicamente: hacer discursos incendiarios por televisión y radio nacional y a predicar bajo la enseñanza de Hugo Chávez, líder fallecido el año pasado. De hecho, están en mora con Simón Bolívar ahora que han dejado únicamente su discurso a endiosar a Chávez por sus años en el poder.
El defecto sumo de toda la situación es acostumbrarse a la violencia y a las injusticias. Por ejemplo, tolerar sin protesta lo ocurrido contra Leopoldo López es muestra también de una sociedad corroída por los vicios de quienes se tornaron en unos románticos del poder.
Eventualmente los paliativos que ha utilizado la administración de Maduro Moros son un primer paso para una transformación que demanda un cambio sustancial en las políticas venezolanas y con ello no queda más que entenderlo como la separación de una vez por todas de los poderes venezolanos, terminar con el abuso de un legislativo de bolsillo y un poder judicial reducido a las órdenes de alguien quien todavía no dimensiona las proporciones naturales de la justicia y el derecho.
Es claro que la situación en Venezuela hace semanas llegó a un punto de no retorno, algo que no logra entender el presidente de ese país, si es que de verdad logra interpretar algún comando que no sea un delirio chavista. Puede mediar el papa, puede mediar quien quieran poner en esa silla caliente, pero la verdadera reforma es restaurando el orden correcto de las cosas dentro de los aparatos políticos venezolanos.
Insisto: aventurarse a decir que éste puede ser el principio del fin resulta arriesgado en una nación tan inestable como la venezolana. Sin embargo, puede entenderse que los milagros se presenten por estas semanas y que por una u otra conjetura en el gobierno vecino entiendan que la oposición suele tener más la razón que ellos mismos. Por eso la semana pasada me sorprendí levemente cuando leí la esta interpretación a rajatabla del canciller Elías Jaua: "ni ustedes van a ser socialistas ni nosotros seremos capitalistas, pero sí podemos crear acuerdos para beneficiar a Venezuela”.
Es claro que el actual sistema social y de gobierno no aplica para unir a Venezuela, pero no porque el sistema falle y cree grietas por donde pase —lo que es más que claro—, sino porque ya es insostenible y la base socialista de la que habló Jaua fracasó, pues colapsó a raíz de su propio peso, dado que tal transición no es cosa de dos días como lo creyó el chavismo y todo su séquito.
No hace falta ser un experto para entender que los paliativos comunes sólo son un ungüento a una herida que viene desde el interior y que mientras no reciba la respectiva atención será imposible de sanar. Precisamente eso lo que le pasa a Venezuela.
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