El país ha ido perdiendo sus dimensiones. Las redes sociales se han convertido en el reflejo de un sentimiento popular frente a los hechos que suceden y día a día desnudan los verdaderos valores y propósitos de la sociedad. La violencia y agresividad de los comentarios, tuits y estrategias publicitarias son el vivo reflejo de un país en guerra que se niega a salir de los círculos viciosos del odio y el rencor.
Ese país, pues, se está expresando y eso es muy valioso. El problema está en la forma en que lo está haciendo. Es lamentable que estas nuevas formas de comunicación se conviertan en trincheras, sin embargo lo que realmente preocupa es que los argumentos expuestos por uno y otro bando carezcan por completo de profundidad, o bases válidas para la crítica. Es bueno fiscalizar, pero toda crítica afecta de manera significativa a una persona, grupo o país; razón por la cual la prudencia y responsabilidad de las palabras debería empezar a tener un mayor sentido.
Tal vez esto no sería tan grave si estuviéramos en otro país, pero estamos en Colombia. Un país que ha vivido en guerra y que necesita urgentemente salir de la dinámica de la confrontación agresiva.
La guerra en Colombia ha tocado de una manera u otra a todas las familias de nuestro país. 50 años de conflicto y varios procesos fallidos por terminarla no han sido suficientes para entender que estamos atrapados en un círculo vicioso que está alimentado por poderes que se benefician de él y que de manera ilusa les servimos como escuderos.
Hablar de la guerra, de la vida y de la muerte desde un computador o en los cócteles sabatinos es muy fácil. Juzgar los hechos y solicitar la muerte de más colombianos como tribunales de la inquisición, solo demuestra el total desprecio por la vida y el desconocimiento del verdadero sentido de la guerra.
A pesar de tener buena voluntad, muchas personas hacen daño con su palabra. La discusión debe darse en todas partes. Pero necesitamos entender que la misma debe servir como un mecanismo para buscar nuevos caminos, de abrir nuestras mentes, una forma de colaborar, de apoyar y no un arma destructiva y ofensiva para seguir atrapados en esta espiral de rabias, de incomprensión y de negación del otro.
La vida de todos los seres humanos, independientemente de la posición política, debe ser atendida con respeto y dignidad, incluso en la guerra esto es un principio que humaniza las acciones y que en últimas determina quién es el bueno de la película. Si en la guerra se puede tener un mínimo de respeto, en las redes, en la calle y nuestros hogares tiene que poderse también.
Ha llegado la hora de empezar a responder por las acciones propias, reflexionar sobre los verdaderos propósitos, y entender el papel que cada quien tiene en el futuro del país y por lo tanto del futuro de sus familias, amigos etc.
La paz se construye a diario por cada uno de nosotros. Los comportamientos, la actitud hacia el otro, el respeto por el contrario, la calidad de los pensamientos, la fuerza de los argumentos y la responsabilidad de los mismos es lo que materializará una sana convivencia. Esto no es una invitación a dejar de criticar, ni mucho menos a pensar a favor de una posición política; es un llamado a la sensatez y apelar a la racionalidad y respeto, valores ambos a partir de los cuales se puede discutir, pero sobre todo construir.
Pd. Sería realmente un privilegio empezar a ver en los foros de discusión críticas basadas en cifras, propuestas meditadas que permitan ver nuevas alternativas, a ver si de alguna manera, entre todos, se puede llegar a un final en el que todo el mundo quepa.
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