Son estos tiempos, no otros, los que determinarán de muchas maneras la forma en que el futuro de este país será abordado, y por lo tanto nuestras vidas y las generaciones que están por venir tendrán que afrontar lo que viene.
Me niego a pensar que el futuro es simplemente la prolongación del pasado, los liderazgos en su momento traen consigo nuevos retos, y son buenos o malos en función de lo que les toca asumir. En algún momento se necesitó una mano fuerte que recompusiera las cosas y allí el expresidente Uribe hizo lo que tenía que hacer, unificó el país alrededor de la causa militar y Colombia empezó a ver un camino hacia el futuro.
No obstante, los tiempos cambian y las necesidades de un país que se desarrolla todos los días también. La causa militar cede a un propósito más profundo, la paz entre compatriotas, y lo primero para llegar a ella es refrendar un proceso de paz en el cual la dignidad de aquellos que se derrotó sirva de base para su estabilidad.
Abrir la mente a un país en paz con aquellos que han hecho tanto daño no significa de ninguna manera que a partir de mañana seremos amigos, y como si nada hubiera pasado seguiremos adelante. No.
Lo que significa es que se iniciará un proceso de reconciliación que tiene muchos pasos, muchos de ellos dolorosos, pero que a través de mecanismos civilizados se irán superando de manera conjunta; pero sobre todo y lo más valioso es que no seguirán entrando nuevas víctimas a engrosar un círculo vicioso de odio, venganza y rencor del cual parecía no íbamos a salir jamás.
Hoy más que nunca hay que insistir para que nuestros líderes entiendan que sus acciones y sus palabras tienen un impacto muy fuerte en la vida de todos nosotros, por eso el ego no puede ser el conductor de sus ideas, este solo los hace ser cada vez más pequeños y través de él solamente se puede destruir.
El trabajo en equipo debe empezar a tener sentido, es desde allí donde la construcción y la abundancia encuentran un verdadero significado. Esto no significa que todo el mundo piense igual, se puede pensar diferente y tener conflictos y convicciones distintas, pero si se hacen en el marco del respeto y en pro del equipo bienvenidos sean.
No hay mejor camino para construir que un acuerdo negociado a este conflicto armado, no obstante esto es solo la semilla de los retos que se vienen para llegar a la verdadera paz. Para construirla es mejor estar concentrados en hacer colegios, hospitales, vías y empresas que en estar tirándonos bombas o insultándonos en el Congreso, la calle o las redes sociales.
Estamos a un paso de vivir algo nuevo, para ello lo mejor es unirnos alrededor de propósitos comunes. La idea de un país en paz vale la pena adoptarla, es una oportunidad de tener algo mejor. Es un propósito noble que vale la pena mirar positivamente, abordarlo, así sea una vez, desde sus beneficios. Pensarlo de manera colectiva, es decir, no solo de lo que esto significa para mí, sino de lo que puede llegar a ser para millones que hoy padecen los rigores de una guerra sin sentido.
Los grandes cambios en la vida a veces dependen de la actitud con que se adopten. Aquellos que aún son escépticos les pido humildemente que hagan el ejercicio de leer los acuerdos, y una vez lo hagan piensen por un instante si de verdad vale la pena continuar oponiéndose a esta opción.
Por mi parte, creo firmemente que el propósito es valioso, quiero ser de aquellos que defienden las cosas buenas, que la bondad y no la venganza guíen mi conducta, prefiero la oportunidad de perdonar y seguir adelante que la oscuridad del rencor, allí no hay nada nuevo, solo rabia, venganza y hoy que soy padre no quiero que mi hija tenga que sentirla nunca.
La paz es posible, pero, insisto, depende de cada uno, es allí donde se encuentra. El proceso que finaliza es solo un paso más que gracias a Dios nos muestra que aquello que antes era imposible hoy es prácticamente una realidad.
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