En su columna de El Tiempo, interesante como todas las suyas, Margarita Rosa de Francisco escribe: “La envidia (…) porque su carácter es vergonzante para el que la sufre” (13/10/2016). Debido a su desinencia, el adjetivo ‘vergonzante’ tiene la característica de ‘activo’, por lo que sólo se aplica a ‘quienes sienten vergüenza’, especialmente a aquellos que“piden limosna con cierto disimulo o encubriéndose”, los que no buscan ayuda económica públicamente. San Vicente de Paúl tuvo una predilección especial por los pobres vergonzantes de su época, los que por cualquier motivo perdieron sus haberes. El adjetivo a propósito en la frase de la escritora es ‘vergonzoso’, pues la ‘envidia’ causa vergüenza en quien la padece. En el mismo escrito, su autora cae en el sesquipedalismo con el verbo ‘sublimizar’, innecesario, pues existe ‘sublimar’, a saber, “engrandecer, exaltar, ensalzar o poner en altura”, términos que expresan cabalmente su idea. Así redactó: “El envidioso que no sabe que lo es lo sublimiza con el intenso poder de su ego desgraciado…”. ‘Sublimizar’ no aparece en los diccionarios, precisamente por eso, por innecesario.
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Los verbos transitivos piden un sujeto que ejecute la acción del verbo correspondiente, por ejemplo, “la empleada descolgó el cuadro”. Si este mismo verbo se usa como pronominal requiere el reflejo ‘se’, verbigracia, “el rebaño se descuelga de los cerros”, es decir, va bajando. El columnista César Montoya Ocampo, obviando esta norma, escribe: “…y por el centro de la pizarra de un negro profundo, descolgaba una cascada de un albor brillante” (LA PATRIA, 13/10/2016). ¿Quién descolgaba esa cascada?, es la pegunta obligada, pues, por la omisión del reflejo ‘se’, el verbo es transitivo. No es esto, sin embargo, lo que él quiso expresar, sino que “por el centro de esa pizarra se descolgaba una cascada”. Los verbos ‘pronominales’ se llaman también ‘reflexivos’, porque en su empleo la acción sale del sujeto y a él vuelve, por ejemplo, cuando decimos “fulano de tal se mató”, la acción de ‘matar’ la ejecuta ese fulano de tal, y su objeto es él mismo. De la corruptela señalada es víctima frecuente el verbo ‘iniciar’, verbigracia, “las fiestas inician el próxima domingo”, en lugar de la construcción correcta “las fiestas se inician”. Elemental.
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El verbo ‘sorber’ como ‘absorber’ es regular, es decir, la ‘o’ de su raíz no cambia nunca por el diptongo ‘ue’ en ninguna de sus inflexiones, ni siquiera en la del imperativo. En la columna dominical de Esther Balac se lee lo siguiente: “Ponga encima crema de leche y suérbalo con fruición” (El Tiempo, 16/10/2016). “…y sórbalo con fruición” es la inflexión correcta de este imperativo. Parece que este error es viejo y corriente, porque de él se ocupó el académico don Roberto Restrepo, quien escribe al respecto: “SORBER. Es verbo regular, es decir, que pecan los que dicen ‘suerbo’, etc.” (Apuntaciones). Este verbo viene del latín ‘sorbere’ (‘sorber, engullir, tragar, absorber’), y significa, entre otras cosas, “beber aspirando”. De aquí el proverbio “no es fácil sorber y tragar al mismo tiempo”, que ya empleó Plauto en uno de sus escritos: “Simul flare sorbereque haud facile est”. ‘Sorber’ y ‘absorber’ son verbos regulares, y se conjugan siguiendo el modelo de la segunda conjugación, los terminados en ‘er’.
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El cerebro, ese maravilloso computador de que nos dotó la Naturaleza, nos induce a veces, y por la falta de reflexión de nosotros, sus dueños, a repetir palabras en lo que escribimos, pues -siempre lo he considerado así-, cuando escribimos una palabra, ésta se queda en nuestra memoria y es la primera de que echamos mano cuando la necesitamos de nuevo. Esto le aconteció al hermano Andrés Hurtado García en la siguiente oración: “Clarísimo estaba que Funes no estaba enterrado en el cementerio que estaba en uso en ese momento” (LA PATRIA, 13/10/2016). ‘Estaba’, tres veces, en una frase de apenas diecisiete palabras. ¿Cómo no ‘oyó’ este buen redactor el sonido cacofónico de esos tres vocablos tan cercanos el uno del otro? ¿Le impidieron sus ocupaciones leer lo escrito, releerlo, volver a leerlo y releerlo de nuevo? Es esta práctica, puntualmente, la que tenemos que ejercitar quienes nos dedicamos a escribir, así nadie nos lea, o lo hagan sólo unos dos o tres.
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