Las mujeres, doctor Montoya, no adolecen de ‘satiriasis’. En las mitologías se encuentran dioses para las estrecheces, deseos, miedos, inclinaciones y caprichos de estos seres humanos menesterosos, angurriosos, pedigüeños, inconformes y envidiosos. Ceres, por ejemplo, la diosa de la agricultura; Apolo, dios de la juventud y la belleza; Eros, del amor; Diana, diosa de las doncellas y de la caza, Baco, del vino… ¡Ah! Y los Sátiros, dioses menores, "representados con cabeza y cuerpo de hombre, con greñas revueltas, orejas puntiagudas, dos pequeños cuernos y con la parte inferior del cuerpo de macho cabrío; suelen llevar en la mano una copa, un tirso o un instrumento musical. Habitaban en los bosques, donde perseguían a las ninfas" (María Moliner). Les gustaba, además, acompañar a Baco en sus tenidas en la cantina favorita, no lejos del coliseo donde entrenaba la selección de gladiadores del Lacio. Podrían, pues, digo yo, ser considerados los dioses de la concupiscencia masculina. De estos seres mitológicos proviene el termino médico ‘satiriasis’, a saber, el "estado de exaltación morbosa de las funciones genitales, propio del sexo masculino". Mal puede, entonces, aplicárseles a nuestras adoradas enemigas -así las llamaba Cervantes-, como lo hizo el columnista César Montoya Ocampo en esta declaración: "Era tal su satiriasis que apostó con las prostitutas de Roma…". (LA PATRIA, 1/5/2014). El término apropiado, señor, para expresar su idea es el de ‘ninfomanía’ ("deseo sexual violento e insaciable de la mujer"), de la que, según su escrito y las enciclopedias, sufría Mesalina, esposa del emperador Claudio y madre de Británico. Dizque se caracterizaba también por su crueldad. Las palabras significan lo que significan y no lo que a nosotros nos parece que significan.
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La leí en una crónica de Colprensa publicada por el periódico caldense. Aludo a una cita textual de una declaración del escritor Mario Vargas Llosa con motivo de la Feria Internacional del Libro de Bogotá. Copio de ella las dos siguientes oraciones: "…mi recuerdo del Perú era un páramo donde habían libreros que editaban libros pagados por los propios escritores". "En América Latina no nos conocíamos entre sí…"(2/5/2014). En ellas hay dos errores gramaticales del tamaño de un samán centenario, tan grandes, que me parece que no le pertenecen al gran novelista peruano. Pero la cita está entre comillas: mala suerte si lo citaron mal. Mala suerte, digo, porque la construcción gramatical "habían libreros" es inconcebible e inaceptable en un redactor de su talla. El segundo error, grave también y también imperdonable, es de concordancia, pues escribió "no nos conocíamos entre sí". Es éste un enlace gramatical imposible entre un sujeto de primera persona y un complemento de tercera. La construcción correcta es "no nos conocíamos entre nosotros". O, llanamente, "no nos conocíamos". Elemental.
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De los elementos que conforman el castellano, los verbos irregulares son de los más importantes y significativos, pues le confieren, no sólo su belleza, sino también su sello particular. Por esto, me parece equivocada, equivocadísima, la tendencia de los miembros actuales de la Academia de la Lengua a convertir verbos irregulares y defectivos en regulares, como lo hicieron con ‘agredir’, ‘transgredir’ y ‘abolir’. Crimen de leso idioma, porque, si lo cometieron con esos verbos, pueden cometerlo también con todos los demás. Por ejemplo, con ‘concertar’, lo que libraría de culpa al editorialista de nuestro periódico, que escribió lo siguiente: "Esto evidencia que aún falta mucho para que el sector productivo y las instituciones formadoras concerten puntos de encuentro…" (1/5/2014). Si este verbo es todavía irregular, debe conjugarse como ‘acertar’, así: ‘concierto, conciertas, concierta, concertamos, concertáis conciertan’. Suponiendo, ¡claro!, que el verbo ‘acertar’ conserve aún su irregularidad. El lema de la Academia de la Lengua Española, grabado en su escudo, dice: "Brilla, fija y da esplendor". Esto era antaño; hogaño, su laxitud contradice el lema, que debería ser cambiado por el siguiente: "Desluce, da libertad y opaca".
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¿Cuál será el embrujo de la palabra ‘problemática’? ¿Estará en su esdrujularidad? Lo único cierto es que está de moda, y que ya todo, absolutamente todo, es una ‘problemática’. Nos olvidamos de ‘problema, dificultad, obstáculo, conflicto, embrollo, atolladero, encrucijada, nudo gordiano, sinsalida, enfermedad, plaga’, etc. Para la muestra, este titular de Eje XXI: "Préstamos gota a gota: problemática social" (Uriel Soto Ortiz, 1/5/2014). Hasta hace muy poco tiempo, ‘problemática’ era únicamente el femenino del adjetivo ‘problemático’ ("que representa dificultades o causa problemas", por ejemplo, "nuestro jefe es problemático"). Pero la vigésima edición de El Diccionario (1984) le dio a ‘problemática’ naturaleza de sustantivo, con la siguiente definición: "Conjunto de problemas pertenecientes a una ciencia o actividad determinadas". Es, pues, intrínsecamente plural, por lo que un solo problema no puede llamarse ‘problemática’, como en el ejemplo citado. Uno de su uso adecuado, así no me guste, podría ser el siguiente: "La problemática de Colombia sólo se solucionará el día en que en su suelo ya no haya colombianos". Y los préstamos ‘gota a gota’ no son un problema, son una gravísima enfermedad contagiosa, contra la que hay que buscar una vacuna efectiva. ¡Y pronto!
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