En la contratapa del libro, Julio Paredes afirma: “En Pablo Montoya el lector se encontrará con una voz poética, con las cualidades indiscutibles de una verdadera literatura de autor”. Lo que puede comprobarse en los siguientes textos: “…y el de más allá, haciendo piruetas con el chorro, meando” (123). “Emergía del muerto un pedo que hacía exclamar de satisfacción al grupo” (64). “A veces se atragantaban con yerbajos que los hacían regurgitar y cagar escandalosamente” (88). “Luego lo vituperaron y lo culearon con los dedos y los brazos” (103). “Uno de los soldados suscitó la risa cuando comparó esos follajes mojados con ubres de vacas grandes” (106). “…esta zozobra ambiental les hacía cagar y mear [a los caballos] con más frecuencia” (171). “Se le alcanzan a ver las nalgas al desgaire” (298). Y “Un taparrabo hecho de pieles les tapaba los órganos pudendos”. ¡Pura poesía, sin duda! ¡Pura literatura de autor! El mismo autor lo afirma: “Búsqueda de la belleza estimula mi escritura” (El Tiempo, 4/8/2015).
Dice también Julio Paredes: “Con una prosa de gran factura…”. Los siguientes son algunos ejemplos de esa prosa, sin comentarios innecesarios: “…participaba en las labores con un arresto que provocaba el entusiasmo…” (41). “En un día levantaron una granja para albergar las municiones, cuyo techo lo formaban hojas de palma que los indígenas transportaban como si fueran hormigas laboriosas” (41). “Las mujeres preparaban las comidas y los brebajes para las horas del descanso” (41). “…se levantaban unas montañas llamadas Apalaches y que allá moraban el oro y la plata” (35). “No había sin embargo ningún gesto de temeridad en su rostro” (38). “Cuidado, querido François, aquí inician los dominios del Hado” (128). “Tenía uno de los ojos tapados con un pedazo de cuero y el otro miraba con desprecio detrás de un enredajo de pestañas” (68). “Poco antes, movido por una clemencia advenediza, el español había separado del grupo a tres imberbes que todavía fluctuaban en la adolescencia” (156). “...trabajó bajo el emolumento de la casa de Lorene…” (158). “Su adolescencia la pasó imbuido en los talleres próximos al puente des Arches” ((196). “Sobre a su partida de Lieja hay varias versiones” (198). “Pero captar es un verbo provecto” (202). “A Thédore de Bry se le escamoteó el sueño” (211). “Luego de trasegar por las calles de Amberes” (218). “Las embarcaciones impregnadas de una barahúnda poco propicia a la pausa” (238). “…en tiempos en donde muchos morían por ser…” (270). “…y de no ser atrabiliarios en los que todos lo son…” (276). “Francia, fragilizada por sus guerras intestinas” (253). “Fue bajo las órdenes de Felipe II que empezó a recorrer los mares de América” (101). Y como todos los que hablan nuestro vapuleado idioma -obispos, presidentes, ministros, profesores, médicos, lustrabotas, comentaristas deportivos, periodistas, jóvenes recepcionistas, etc.- echan mano de la estomagante ocución ‘por parte de’, él no podía quedarse atrás: “La primera (…) es el corte de las manos por parte de un verdugo energúmeno” (299). En todas estas frases se encuentran errores gramaticales (empleo de un verbo pronominal como transitivo y el cacofónico que galicano) y términos que no expresan la idea pretendida por su autor, amén de otros solecismos gramaticales.
Las tres partes del tríptico tienen su relación en los tres pintores, pero especialmente en la conducta de los españoles en América y en la actuación de la Iglesia Católica en contra de los protestantes hugonotes, particularmente en la fatídica noche de San Bartolomé, lo que aprovecha el autor para despacharse de la siguiente manera: “Y permanecer en estas tierras significaba caer en manos del demonio católico” (112). “Todo tenía que ver, era claro concluirlo, con el ímpetu con que se denunciaba el contubernio de los conquistadores con los misioneros” (261); “…habló de los monasterios católicos, esos antros de la corrupción y el pecado, tiempo atrás cerrados por ordenanzas provenientes de Westminster” (239). Y, tratando de hacer un símil con el canibalismo de los Tupinambas, tribu brasilera, afirma: “Los españoles devoran a su Dios, ese ídolo transustanciado en una hostia, a lo largo de sus misas consuetudinarias disfrazadas de falsa bondad” (230). ¿Cómo es posible que una narración con tantos desatinos y barbaridades tantas reciba un premio literario? O los jurados no leyeron la obra que premiaron, o no quisieron declarar desierto el concurso del 2015. O, muy posiblemente, a quien con tanta generosidad me obsequió el libro y a mí nos metieron gato por liebre, dándonos un libro cuyo texto es diferente del galardonado, merecedor de tan buenos comentarios. Es, esta última, la única explicación.
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