¡Imposible! Sí, parece imposible que el columnista Rudolf Hommes hubiese escrito lo siguiente: "La excepción ha sido Marta Lucía, que ha conducido una campaña ejemplar y no ha sido blanca de alguna bajeza" (LA PATRIA, 19/5/2014). No por lo que dice de la meritoria campaña de Marta Lucía, sino por lo de "blanca de una bajeza". Las causas de tamaño gazapo pudieron ser las siguientes: ignorancia (¡imposible!), error de digitación, intervención del famoso diablillo o la influencia malsana e insidiosa del escalofriante ‘lenguaje incluyente’, que lleva a quienes tontamente lo practican a cometer barbaridades ridículas, como ésa. Ello es que ‘blanco’, sinónimo en la desafortunada frase de ‘diana, objetivo, fin, término, objeto’, es un nombre gramaticalmente masculino, variable sólo en número, evidente en los siguientes ejemplos: "Fulano de tal ha sido siempre el blanco de las calumnias de su enemigo"; "la esposa del magistrado ha sido el blanco de la envidia de sus amigas"; "los arqueros se colocaron frente a sus respectivos blancos". En el capítulo XLIV de la primera parte del Quijote, don Luis le responde al oidor: "Por ella dejé la casa de mi padre, y por ella me puse en este traje, para seguirla adondequiera que fuese, como la saeta al blanco o como el marinero al norte". ‘Blanco-a’, como lo sabíamos inconscientemente desde niños, es también un adjetivo calificativo, variable, por ello, en género y número. Y ‘blanca’, sustantivo femenino, era una "moneda antigua de vellón, que según los tiempos tuvo diferentes valores". En Cervantes tiene el significado de "moneda de cobre de poco valor, medio maravedí"*: "Preguntole si traía dineros; respondió don Quijote que no traía blanca…" (I, III). Este término se usa en la locución ‘estar sin blanca’, que equivale a ‘estar sin cinco’, ‘estar pelado’. *Nota: "El maravedí no era una moneda de uso, era una moneda de cuenta; una quimera que servía, únicamente, para asignar valor (…) Así, en la tasa que estrena el primer Quijote (…) el precio de venta del libro ascendía a los doscientos noventa maravedíes y medio. Un precio caro" (Federico Jeanmaire, Una lectura del Quijote).
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No sé quién será el señor Pedro Shaio, columnista de El Tiempo, y, ¡claro!, desconozco de todo en todo su educación y bagaje intelectual. Anticipo esto, porque en su columna del 14 de mayo de 2014 garrapateó lo siguiente: "Para conceptualizar esta realidad surgió una nueva categoría, ‘adolescencia’. Y la palabra misma denota la falla de diseño social, pues sus raíces son ‘adolecer’, estar enfermo; y dolor, sensación molesta, pena". No puede estar don Pedro más descarrilado ni más envolatado: semánticamente no hay ninguna relación entre el término ‘adolescencia’ y el verbo ‘adolecer’. El primero, ‘adolescencia’, viene del participio presente, ‘adolescens’, del verbo latino ‘adolescere’ (‘crecer, desarrollarse’ los seres vivos); el segundo, el verbo, procede del también verbo latino ‘dolere’ (‘afligirse por, deplorar; doler, sufrir, sentir dolor’). Además, la ‘adolescencia’ no es una ‘categoría’, ¡no, señor!, sino una ‘etapa’ maravillosa que "sucede a la niñez y que transcurre desde la pubertad hasta el completo desarrollo del organismo" de los seres humanos. Así queda desvirtuada la tesis del improvisador. ¿Cómo pudo el periódico capitalino engullir, sin sacudirla, semejante enormidad?
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Varias veces leí las cuatro letras que el señor Rodrigo Vieira escribió al Correo Abierto del periódico de casa. Quizás mi esfuerzo por entenderlas no fue suficiente. Lo único que me quedó claro fue su intención de defender la inocencia del presbítero Pedro Pablo Reinoso, condenado a catorce años de prisión por sus nexos con grupos criminales. Obviando otras frases repulidas, me referiré sólo a ésta: "…y lo constituye ese perenne brocardo romanístico de la buena fe e inmutable valor de la principalística legal y constitucional" (10/5/2014). ¡Uf! Ni ‘brocardo’, ni ‘romanístico’. Ninguna de las dos palabras es castiza. ‘Brocárdico’ sí es término acogido por los diccionarios, del cual lo único que dicen es que es anticuado, y que significa esto: "Entre los profesores de derecho, sentencia, axioma legal o refrán". Existe el adjetivo ‘románico-a’ (perteneciente a las lenguas derivadas del latín y de sus correspondientes manifestaciones literarias y culturales"). ‘Romanística’, sustantivo, es la ‘filología románica’. En conclusión, y sustituyendo ‘principalística’ por ‘principios’, la traducción de la frase comentada podría ser ésta: "…y lo constituye ese perenne brocárdico de la buena fe e inmutable valor de los principios legales y constitucionales". Quizás.
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Don Rodrigo, los gentilicios sirven para nombrar a los habitantes de un país, de una región, de una ciudad o de un pueblo. Estos adjetivos se distinguen por sus desinencias o terminaciones, que son tantas y tan diferentes, que sería fatigante enumerarlas. A los manizaleños también les dicen manizalitas; a los de Barrancabermeja, barranqueños o barramejos; a los de Guamal, guamalunos; a los de Popayán, payaneses, y a los de Bello, bellanitas. Sin mencionar ‘rolos, cachacos, cuyabros, opitas’. La mayoría de los gentilicios se formó siguiendo normas establecidas, pero hay muchos cuyo origen fue enteramente folclórico, es decir, que nacieron de las costumbres, culturas, tradiciones y anécdotas de los pueblos que designan. De aquí, la original y graciosísima variedad de los gentilicios, señor Ibarbo Sepúlveda.
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