Por estos días, además del seguimiento al proceso de paz y a la renegociación de un nuevo acuerdo, todos los colombianos, especialmente los congresistas, nos hemos concentrado en examinar el alcance de la reforma tributaria propuesta por el Gobierno. Y, al evaluarla, nos encontramos no con la reforma estructural que todos esperábamos, sino con una colcha de retazos. El ministro Cárdenas ha logrado con ella lo que parecía imposible: que a un mismo proyecto se opusieran los empresarios y los trabajadores; los estratos altos y los bajos; la derecha y la izquierda.
Tal vez lo más criticado ha sido la idea de castigar a la clase media y a la baja, al aumentar el IVA al 19%, en abierta contravía al programa del Santos del 2010, que declaraba que “el aumento del IVA retiene la capacidad de compra y disminuye la dinámica comercial”. Hoy, el ministro de Hacienda presenta esta adición como una alternativa para no gravar la canasta familiar, pero omite decir que sesenta alimentos de la misma ya están gravados con el 5% y que lo cierto es que, de todos modos, la canasta familiar, que equivale al 41% del gasto de las familias en Colombia, sí se verá afectada por esta reforma, a través del incremento que habrá en los costos de la comercialización de los alimentos, a causa del alza de la gasolina (absolutamente injustificada, como ha explicado múltiples veces mi colega y copartidario el senador Luis Fernando Velasco).
Además, el IVA es un impuesto que tiene un carácter plurifásico, pues se aplica en cada una de las etapas necesarias para que los productos lleguen hasta el consumidor. Así, en el camino, sin necesidad de gravar más la canasta familiar, esta reforma hará que los productos de la misma se encarezcan considerablemente.
Si la prioridad de un país como Colombia tiene que ser la erradicación del hambre y de la desnutrición, ¿podremos lograrlo a través de una reforma que desfavorece la producción y la comercialización de los productos básicos para la alimentación de todos?
Por lo demás, la propuesta del Gobierno no hace la revisión que urge de qué debe estar y qué no en la canasta familiar, en pos de lograr una mejor aproximación a lo que debe ser gravado con el IVA. ¿Cómo justificar, por ejemplo, que los aceites refinados, las margarinas y las grasas, base para cocinar el 70% de los alimentos en Colombia, queden por fuera de la canasta familiar y, por tanto, sean gravados en un 19%? ¿Y, mientras tanto, cómo es posible que la cerveza sí sea considerada como parte de la canasta familiar?
Esto sin hablar de cómo la reforma afectará a la gran mayoría de los asalariados de nuestras ciudades, que, por razones de tiempo, tienen que almorzar diariamente fuera del hogar. Estos almuerzos subirán de precio por cuenta del impuesto al consumo, a las grasas y a la gasolina.
Estas son solo algunas de las muchas “cascaritas” de las cuales la reforma está plagada, las cuales, sin duda, disminuirán considerablemente la capacidad adquisitiva de nuestra clase media.
Es cierto que la Nación necesita llenar el creciente hueco fiscal al que nos tiene enfrentados la administración de Cárdenas, el cual, como se prevé, seguirá hinchándose (los más optimistas afirman que nuestra economía no crecerá más del 1% el año entrante y que su desaceleración continuará hasta el año 2022). Pero este panorama sombrío no se resuelve desestimulando la inversión, ni mucho menos obligando a todos los hogares del país a apretarse el cinturón, sino a través de estrategias alternativas, como las 22 que propusimos al Gobierno, el año pasado, para evitar la venta de Isagén.
Si el Gobierno insiste en esta reforma y sigue negándose a estudiar las otras posibilidades, especialmente las relacionadas con fortalecer la lucha contra la corrupción y con generar en la ciudadanía confianza en que los impuestos irán a donde tienen que ir y que redundarán en el mejoramiento de la calidad de vida de todos, los colombianos deberemos adelantar un juicio político al Ministerio de Hacienda. Es inconcebible que, en lo que va corrido del gobierno de Santos, esta sea la tercera reforma tributaria que presenta. ¿Dónde quedó el candidato presidencial que, en el 2010, afirmaba que “las reformas tributarias generan inestabilidad jurídica?”.
Mauricio Cárdenas, dentro de su visión conservadurista, debería entender que tres reformas tributarias consecutivas son la invitación clara a salir corriendo del país o a nunca llegar a Colombia a hacer inversiones importantes en proyectos de desarrollo.
En próximas columnas, seguiremos compartiendo nuestras consideraciones sobre otras amenazadoras sorpresas que nos trae la reforma.
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