La idea de aferrarse al poder, más que una virtud asociada a servir a una entidad o a la comunidad, en el caso del servicio público, es un vicio o una demostración de apego al usufructo de los cargos, para sí o a beneficio de terceros, especialmente parientes y amigos cercanos. El comentario viene a cuento porque no se entiende que una persona que superó la barrera de la “edad episcopal de retiro”, que es la que la Iglesia Católica les impone a los prelados que llegan a los 75 años, insista en quedarse en el cargo, rodeada de asesores que suplan su incapacidad, o cabeceando en la curul, en el caso de los parlamentarios, a quienes sus seguidores reeligen una y otra vez. En el caso de los religiosos hay más tolerancia con los curas “rasos”, tal vez por la merma de las vocaciones sacerdotales, que tiene que ser cubierta por diáconos y otros voluntarios; y seguramente no está muy lejano el día en que el Vaticano tendrá que dar su brazo a torcer y aceptar la ordenación de las mujeres. Pero, retomando el hilo del tema, es insólito que en estos tiempos del acelere y el estrés y de la exigente tecnología para el manejo de todos los procesos, personas que han cumplido suficientemente los requisitos para jubilarse y difícilmente son capaces de operar el teléfono celular más elemental, insistan en dirigir una empresa y en hacerse elegir en cargos públicos, cuando deben descansar en paz, sin necesidad de morirse, y no estar, como Úrsula Iguarán, centenaria y ciega, ubicadas donde más estorben.
A partir de la creación de las empresas electorales, los políticos “propietarios” de ellas las siguen explotando después de retirarse, con los réditos de los capitales acumulados, con las contribuciones “voluntarias” de la burocracia afiliada, con el valor de los avales otorgados por inscripciones de aspirantes a cargos de elección popular y con los ingresos extraordinarios del tráfico de influencias. En esto se parecen los dirigentes políticos al ganadero avaro, que enterraba las vacas que se le morían con las tetas para afuera, para seguirlas ordeñando.
La proximidad (aunque falten casi dos años) de una contienda electoral que renovará la burocracia que requiere ser elegida (o reelegida) comienza a agitar aspiraciones y a plantear propuestas, que por lo regular son más de lo mismo. Inclusive algunos incondicionales de viejos dirigentes, que ya disfrutan las mieles del retiro, proponen absurdos como que se lancen para gobernaciones y alcaldías, para que recuperen el poder perdido, especialmente el que tuvieron sobre empresas comerciales e industriales del Estado, cuando lo que se requiere es que jamás vuelvan a meter las manos en el erario. El ideal es que descansen en paz. En la paz del hogar, del club social o del campo…, donde menos estorben.
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