Algunos de los que cuestionan las conversaciones de paz que se adelantan en La Habana, e insisten en que se resuelva el conflicto por la vía militar y no se acepte ningún arreglo que excluya penas de cárcel para los jefes guerrilleros; y menos que se constituyan en actores políticos, son, muchos de ellos, personas mayores, que disfrutan de cómoda situación económica y viven lejos de las áreas de peligro. Toman whiskey, juegan golf, almuerzan con sus amigos en el club, disfrutan de pensiones al tope de lo máximo permitido y han adquirido con los años, además de las canas y la voluminosa barriga, cierto aire de aristocracia, que les permite distanciarse de la realidad y teorizar sobre formas de enfrentar los problemas sociales, lejos de peligros para ellos, sus familias y sus patrimonios. Porque, eso sí, a la hora de reclamar seguridad y privilegios personales, tienen recursos legales para hacerlo. La tutela, entre ellos.
Ante la posibilidad de una desmovilización masiva de guerrilleros, les surge a los escépticos la inquietud: ¿Y qué va a hacer el gobierno con esa gente, si no sabe sino matar y robar? Y agregan: Que no nos propongan que los recibamos como trabajadores en nuestras empresas, o fincas. ¡Ni riesgos!
Por fortuna hay personas que piensan más en el país, en su conjunto, que en sus privilegios personales, por algo que decía el expresidente Betancur (1982-1986), refiriéndose a los problemas de los países vecinos: Si uno ve que al vecino se le está quemando la casa, ayude a apagar el incendio, antes de que se le pase la candela a la suya. Y surgen fórmulas prácticas para enfrentar un fenómeno que no es fácil: reintegrar a la sociedad a unas personas que han estado por años lejos de la legalidad, por convicción o por la fuerza.
Un joven empresario, por ejemplo, comentaba al respecto: Así como debemos incluir en la nómina un número determinado de practicantes, también podemos aportar el equivalente de varios salarios mínimos, incluidos salud y pensión, sin necesidad de ingresar esas personas a las nóminas de las empresas, para que se implementen programas de rehabilitación social, intelectual, moral y laboral. Y evitar que se integren a bandas criminales, lo que es inevitable, como sucedió con los paramilitares, pero puede minimizarse.
A quienes argumentan que Colombia no tiene remedio, por su vocación violenta, hay que hacerles caer en la cuenta de que países que son actualmente modelos de convivencia social tuvieron en épocas remotas sus guerrilleros: Suiza, a Guillermo Tell; Inglaterra, a Robin Hood; Italia, a Garibaldi; y España, hasta hace muy poco, a la Eta; para citar unos pocos. Y si la tarea es difícil, manos a la obra, porque nada termina si no se empieza.
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