Una curiosa agrupación de cronistas del Quindío ha recogido en un libro* algunas de las actividades que pasaron a la historia de lo anecdótico, porque nuevas costumbres, modas de avanzada, la industrialización y el arrasador impulso de la tecnología las sacaron de circulación. Algunas de esas funciones artesanales que se resisten a desaparecer, inspiran más piedad que admiración, además de que los usuarios son, como los mismos artesanos, una especie en vías de extinción. La evocación que se hace en las crónicas contenidas en la antología del Taller de Escritura Creativa del Quindío, de oficios que tuvieron vigencia hace muchos años, a las personas mayores les inspira nostalgia y a los jóvenes risas, asombro e incredulidad.
Entre los oficios mencionados en las crónicas aludidas está la guaquería, que escarbó tierras de todos los lugares de Colombia donde hubo asentamientos indígenas, en busca de las tumbas donde se enterraban los jerarcas de las tribus con sus riquezas, para sacar las piezas de oro. Las cerámicas no les llamaban la atención a los guaqueros y casi siempre destruían esos "tiestos" por su poco valor. Otro oficio en desuso mencionado es el de las lavanderas, nombradas en algunas letras de tangos, que lavaban ropa ajena para ayudar a sostener la familia. También entraron al rincón del olvido los sobanderos, antecesores de traumatólogos y fisioterapeutas, que trataban a los pacientes a sangre fría, previa la soba de la parte afectada con pomadas mágicas elaboradas por ellos mismos, con fórmulas copiadas a chamanes del Chocó y el Amazonas. Y persisten en sus nobles tareas sastres y zapateros remendones, aferrados a dedales, agujas capoteras y leznas.
Mientras leía con deleite el libro mencionado, acudían a la memoria otros oficios también relegados al olvido, como el de herrero, es decir, trabajador del hierro, en las fraguas, que eran unos fogones de carbón mineral avivados con un fuelle, donde se calentaban al rojo-blanco las piezas metálicas, para después forjar a martillo, en el yunque, herraduras para mulares y caballares y chapas para portones. En Circasia conocí dos herreros: el maestro Chica y "Machuca"; y en Santa Rosa de Cabal don Efraim Osorio recuerda a "Mascafierros".
Cuando en las casas de los pueblos, de gente acomodada, se ordeñaban vacas, los encerradores se encargaban de traer de las mangas cercanas al pueblo los terneros al mediodía, para encerrarlos y que no se mamaran toda la leche. Después del ordeño, esos mismos trabajadores regresaban vacas y terneros a las mangas, no sin antes dejar barridas y limpias de boñiga las pesebreras. Y para cuadrar el día y ganarse la comida y el sueldo mensual, además de heredar la ropa que dejaban los muchachos de la casa, los encerradores viruteaban, enceraban y brillaban los pisos de madera, arreglaban los jardines y les hacían los mandados a las señoras.
* Autores Varios. Oficios perdidos del Quindío. Ediciones Café y Letras. Armenia, 2014.
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