Como decían las señoras cuando hacían natilla en Nochebuena, en pailas de cobre y con mecedor de palo, el proceso de paz está que “da punto”. Lo que alegra a los colombianos que con optimismo y fe en Dios aspiran a que termine felizmente el proceso que tantas expectativas ha creado, con los ojos puestos, no en “las próximas elecciones, sino en las próximas generaciones”.
Otra cosa dicen los “iluminados” negativos que no faltan, que siempre inician sus comentarios diciendo: “Sí, pero…”, de donde arranca su retahíla de fatalidades, que avistan como consecuencia de los acuerdos entre el gobierno y la subversión. Para algunos políticos, el ideal no es la paz de Colombia, sino el fracaso del presidente Santos. Y los argumentos legales que sacan a relucir solo pretenden justificar sus frustraciones políticas. Ésos nunca supieron de la expresión proverbial del general Herrera: “La patria por encima de los partidos”.
El desarme de la guerrilla, que es el punto álgido que sigue para concluir el proceso que se adelanta en La Habana, es posible que vaya a ser objeto de un “show” en el que querrán participar todos los interesados en quedar en la foto para la posteridad. Lo cual es innecesario, si se procede con sentido práctico. Las Farc tienen muchos frentes, regados por toda la geografía colombiana, muy difíciles de concentrar en una sola parte, para que los representantes del gobierno y los funcionarios de los países garantes les reciban las armas a miles de guerrilleros y les den la bienvenida a la legalidad a uno por uno. Y para que los medios de comunicación registren el hecho.
Más fácil es que los subversivos se entreguen en guarniciones militares o policiales cercanas a sus centros de operaciones, para lo cual basta con que el comandante guerrillero llame a su homólogo de la fuerza pública y le anuncie que hay tal cantidad de guerrilleros listos para entregarse con sus armas. “Coronel, habla Fulano Pataquiva, alias ‘Tarro Liso’, jefe del frente 39 de las Farc, para informarle que 100 unidades a mi mando están listas para entregarse.” “Listo -dice el oficial-, haré las consultas del caso con mis superiores y nos comunicamos lo más pronto posible.”
Entonces se acuerda un punto de encuentro, en el que hagan presencia autoridades militares, civiles y judiciales, se reciban las armas, las cuales, finalmente, deben ser destruidas, y se reseñen los guerrilleros, antes de enviarlos al punto de concentración acordado, donde se decidirá su destino, después de hacerles chequeos médicos, legalizar sus identidades, conocer sus contactos familiares y auscultar sus capacidades laborales y su formación educativa. Lo anterior incluye la clasificación entre jefes y combatientes rasos, para cumplir con las exigencias legales definidas en el acuerdo de paz.
Lo anterior, en papel se ve muy fácil. Y, evidentemente, es fácil. Pero no puede perderse de vista que hay miles de lagartos interesados en participar en el “show” y otros tantos delincuentes comunes que quieren meterse en la colada, a ver qué sacan.
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