Una de las características de una inteligencia aguda y, además, cultivada, es la capacidad de definir circunstancias, asuntos y personas con una sola frase. Los discursos largos y los circunloquios verbales son sospechosos de insustancialidad, que se oculta en el follaje de la verborrea. A dos personajes de la historia, universal y colombiana, acudo con frecuencia para citarlos, porque tenían la habilidad de dibujar con un solo trazo los panoramas más intrincados de la política. Algo parecido a lo que hacían con la caricatura Rendón y Mingote, que con una sola raya continuada perfilaban los personajes, con un asombroso parecido; y con cualquier elemento adicional expresaban el hecho al que querían referirse. El presidente López Michelsen (1974-1978), uno de los personajes a los que aludo (el otro es Churchill), definió a los ex presidentes de la República como "muebles viejos". Quería decir que tenían su valor histórico, dentro del estilo de cada cual (tal como Luis XIV, Luis XV, rococó o Republicano), pero carecían de utilidad práctica. Algo parecido a lo que se ve en los museos, en los que deslumbran por el orden y la belleza los salones, las alcobas, las bibliotecas y los estudios, pero hay un aviso que advierte: "Prohibido tocar y sentarse en los muebles".
En Colombia parece que existe una dependencia especializada en restaurar muebles viejos, o figuras de expresidentes, porque los que hay, que son demasiados, en comparación con otros países de mayor población, actúan con igual, o mayor, talante imperial, como si no se les hubiera acabado el período constitucional. La excepción que confirma la regla es el doctor Belisario Betancur Cuartas (1982-1986), a quien le tocó uno de los períodos presidenciales más difíciles de los últimos tiempos, con hechos tan traumáticos, para un mandatario sensible y un patriota integral como él, como la erupción del Volcán Arenas del Nevado del Ruiz, el terremoto de Popayán, la avalancha del río Pance, al sur del Cauca; el magnicidio del ministro Lara Bonilla y la toma del Palacio de Justicia. Sin embargo, se retiró, orlado de la mayor dignidad, para dedicarse a la cultura contemplativa, y aparecer apenas para asistir a eventos protocolarios, sin tomar partido en controversias políticas.
Dos de los expresidentes colombianos, en especial, se resisten a abandonar el poder. El uno, cuyo carisma político es irrefutable, así no se esté de acuerdo con él, creó un nuevo partido -¡otro!-, logró para su candidato presidencial una gran votación y se hizo elegir senador, para seguir dando guerra (literalmente) desde el Congreso Nacional.
Y el otro, a quien, para llegar a la Presidencia de la República, sus asesores de imagen tuvieron que pintarle canas que disimularan su inmadurez; y asesorarlo para que cambiara su imagen de roquero por la de estadista; y que salió del Palacio de Nariño apenas con la imagen de un buen relacionista público, ahora sí maduro de verdad (los años no pasan en vano), con la cabeza coronada de nieve, las cejas levantadas, el mentón altivo y un aire de aristócrata trasnochado, quiere ser protagonista a destiempo de la historia, metiéndole palos a las ruedas que la conducen.
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